La Real Academia Española de la Lengua (RAE) acaba de incluir, en su última ampliación de finales de año, una nueva palabra, “especismo”, junto a otras 62 nuevas palabras más, en la 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española. Cada ampliación de la RAE es una muestra evidente de dos cosas bien importantes: por una parte, muestra que el lenguaje es un organismo vivo que está en constante cambio y evolución, y por otro lado muestra la importancia de las palabras y de la expresión de las ideas, puesto que hablamos como pensamos, y puesto que todo existe en la manera en que se verbaliza, y lo que llamamos real es la interacción entre lo que pensamos y lo que decimos. Por eso, un modo muy pérfido de que algo no exista en la conciencia colectiva es no darle palabra, y, al contrario, un modo de hacer que algo inunde las conciencias sin que exista es darle palabras, símbolos o imágenes.

Para mí, y sé que también para millones de otros españoles, la admisión de la palabra especismo en el vocabulario oficial del español es un motivo de celebración, porque es una palabra que debería existir desde casi el mismo origen del hombre, y porque explica muchas cosas y mueve ficha en el entramado complejo y adulterado de la moral humana. Fue el psicólogo Richard D. Ryder quien acuñó el vocablo allá por 1.970 para poner nombre a la discriminación moral basada en la diferencia de especie animal, es decir, a la interacción abusiva, cruel y sanguinaria del ser humano respecto de los seres vivos de otras especies; interacción que ha ido pareja al abuso de la naturaleza y de toda la vida natural, lo cual a quien más perjudica es justamente a nosotros, los ignorantes humanos. Puesto que realmente es de ignorantes destruir aquello que se necesita y de lo que se depende para subsistir.

El especismo es un sinónimo de antropocentrismo, es decir, de la consideración del hombre como única especie que merece respeto y atribuciones de tipo ético y moral. Todos hemos estudiado en el catecismo católico, cuando éramos niños y nos creíamos todo lo que nos contaban, que la deidad cristiana creó al hombre a su imagen y semejanza, y después creó a la naturaleza y los animales para uso y disfrute del hombre. Ése es el germen ideológico primigenio del especismo, aunque durante veinte siglos no haya existido la palabra; es el origen, en Occidente al menos, del desprecio de los humanos contra la naturaleza y los animales que nos ha llevado a la situación de precariedad actual. Precariedad climática, ecológica, medioambiental, y también moral; porque convivir, aunque no se vea, con un universo de tortura, de abuso y de explotación de millones de seres buenos e inocentes no genera buenas energías, precisamente, sino que nos convierte en cómplices callados de tanta aberración.  No hay más que ver algún vídeo de investigaciones sobre la industria animal de asociaciones animalistas como Anima Naturalis, Ética Animal o Igualdad Animal.

No existe ninguna superioridad, ni siquiera moral, del hombre respecto de los animales. No somos fruto de ningún creador, sino el producto de una evolución natural

Pues bien, no existe ninguna superioridad, ni siquiera moral, del hombre respecto de los animales. No somos fruto de ningún creador, sino el producto de una evolución natural de la que no somos ningún centro, sino sólo una parte. El genoma humano es prácticamente igual al genoma de un roedor, ni qué decir de un primate o de cualquier mamífero. Milán Kundera decía que esa soberbia infinita del hombre respecto del resto de especies es el inicio de la debacle humana y el gran pecado de la humanidad, con lo cual estoy completamente de acuerdo.

El maltrato animal es, en realidad, un indicador de riesgo social, dicen muchos investigadores. Diversos estudios científicos han demostrado la interacción entre maltrato animal y violencia social. Allá donde se respetan los derechos animales se respetan, por descontado, los derechos humanos. Y al contrario. Por otro lado, está más que demostrado que la mayoría de los asesinos de personas han empezado matando a animales. La crueldad y la maldad no entienden de especies.

Por otro lado, la discriminación de tipo especista no es más que otra forma de justificar el abuso y la violencia contra otros seres en condiciones de vulnerabilidad. No es más que otra de las formas de la cobarde crueldad humana y del abuso contra los más “débiles”, como el sexismo, el clasismo, el racismo o la homofobia. Una sociedad habituada a la crueldad para con los animales, como la española con sus aberrantea corridas de toros, es una sociedad insensible que percibirá como normal la crueldad contra las personas.

Soy antiespecista, es decir, defiendo la dignidad y el derecho a un mínimo de respeto de los seres de todas las especies que formamos el complejo entramado de la vida. Condeno la crueldad y la tortura contra cualquier ser que exista. Llegará el día en que los hombres, como yo, verán el asesinato de un animal como ahora ven el de un hombre, dijo Leonardo da Vinci en el siglo XV. Espero y anhelo, como él, que ese deseo algún día sea una realidad o, al menos, que estemos más cerca de ella.