No es la primera vez que tomo conciencia de lo precarias que son las conquistas y la libertad. Aunque a veces parezca que seguimos defendiendo lo evidente, es necesario mantener esa barricada de la conciencia porque incluso, desde sectores que se suponen sensibilizados con las conquistas de derechos y libertades, como en el de las mujeres, uno encuentran insospechados partidarios del retroceso. Por poner un insignificante ejemplo, la semana pasada dedicaba este espacio a una iniciativa que ponía la cultura, la poesía de las escritoras del 27 hechas canción por cantantes e intérpretes del hoy, como posibilidad de pedagogía desde la cultura contra la violencia machista. No tardé demasiado en recibir, desde una página web que supuestamente defiende el espacio de la escritura y sus protagonistas, los insultos de un presunto escritor, que además de faltarme al respeto me colgaba el título de “vocero del pensamiento único”. No es la primera vez, ni será la última, que me encuentre con un primate de la caverna ideológica embozado en la seguridad de la red, que sigue confundiendo la libertad de expresión con la libertad de injuria. Lo preocupante es que encontremos gente, no voy a llamarles personas, que combatan la evidencia de los asesinatos contra las mujeres, los delitos de odio secularizados, bajo supuestos remilgos contra lo “políticamente correcto”. Creo que quien pone en duda una triste realidad estadística como esta, la de la violencia de género, se retrata solo, pero también desearía que la ciberpolicía persiguiera con la misma contundencia este tipo de afirmaciones como cuando alguien hace algún chiste de humor negro de dudoso gusto.

Tal vez por eso no me haya sorprendido que, en estas horas, saltara la solidaridad de lo que debiera ser frente común por parte, además, de mujeres, significadas en las artes y el mundo del espectáculo. Un centenar de artistas francesas, entre las que se encuentran Catherine Millet, Ingrid Caven y Catherine Deneuve, han criticado en una tribuna publicada en Le Monde la “justicia expeditiva” de la campaña #metoo y el “puritanismo” que convierte a la mujer en “víctima eterna”. Por supuesto que tienen todo el derecho a opinar lo que quieran, pero también los demás a enjuiciar sus opiniones. Si fuésemos malpensados diríamos que, además de un ejercicio de cainismo de género, parece un evidente movimiento enfocado a ganar enteros en una sociedad, como la francesa, que lejos de deslumbrar con los antiguos brillos de las libertades, se ha vuelto extraordinariamente reaccionaria en pensamiento, costumbres, cultura y sociedad. Podríamos incluso teorizar si, estas declaraciones, no tienen más que ver con un interés por acercarse a figuras como la que encarna otra mujer de la ultraderecha gala, Anne Marié Le Pen, y los idearios que ella personaliza. Tal vez la educación sentimental de la señora Deneuve tenga mucho que ver con uno de los maravillosos papeles que encarnó dirigida por Luis Buñuel, en Belle de Jour, en el que su protagonista es un mero objeto sexual víctima de las fantasías de los hombres o de las suyas, que no son más que las propias fantasías sádicas de Buñuel, que tenía algún problema no resuelto con su sexualidad, como es evidente. Hasta ahí bien, no tengo conflicto en que cada uno asuma los sadomasoquismos que quiera pero otra cosa es que se permita, por muy premiada que sea la figura, que denigre, frivolice o niegue realidades objetivas que están causando violaciones, suicidios y muertes todos los días en el mundo, amén de una marca y un sufrimiento para siempre en las que y los que sobreviven a la experiencia.

Una cosa es que alguien quiera jugar a la seducción-por cierto, es tan machista que no se contempla que los hombres también la utilicen o sean víctimas de acoso, que lo hemos sido-, y otra cosa es que sean acosadas o violadas. Una cosa es que una mujer o un hombre utilicen, según su integridad o falta de pudor, sus armas para conseguir unas metas, y otra muy distinta que se extorsione a quienes buscan cómo ganarse el pan con el derecho de pernada.  Los denominados “rompedores de silencio" son una amplia gama de personas, en su mayoría mujeres, desde las primeras que acusaron públicamente al ahora desacreditado magnate de Hollywood Harvey Weinstein a aquellas que compartieron sus historias de abuso usando el hashtag #MeToo (yo también), desencadenando un reconocimiento de una incómoda verdad en EEUU y en todo el mundo. Podríamos hablar de estas prácticas en la empresa, en el servicio doméstico, en la política, en la universidad, en el periodismo… Por su influencia en 2017, han sido designadas, colectivamente,  “Persona del año The Time”. El movimiento #MeToo nació hace una década, pero se reactivó tras destaparse el caso Weinstein. La actriz Alyssa Milano, conocida por encarnar a Phoebe en la mítica serie “Embrujadas”, publicó un tuit en el que animaba a las víctimas a romper su silencio: "Si has sido acosado sexualmente o agredido, escribe “yo también” como respuesta a este tuit". La publicación aparecía acompañada de una fotografía en la que se podía leer: "Sugerido por una amiga: Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieran “Yo también” en su estado, podríamos hacer entender a la gente la magnitud del problema". La publicación de Milano provocó una imparable oleada de testimonios de mujeres que habían sufrido acoso sexual en sus trabajos y en todos los ámbitos de la esfera cotidiana. Sólo coincido con las conservadoras disidentes francesas en un punto: no se puede condenar a la gente sólo por el hecho de ser denunciados por acoso en esta vorágine pero hasta ahí; ni un paso más. La presunción de inocencia, las garantías procesales y el derecho de defensa son irrenunciables en sociedades civilizadas, pero la protección de las víctimas y la pedagogía preventiva están, lo siento mucho, en una categoría ética superior. #YoTambién estoy con #MeToo. Aunque tenga que ponerme de nuevo el chubasquero contra la “Galerna Mediática” a la que escuece que se diga la verdad, como decía don Antonio Machado, “la diga Agamenón o su porquero”.