Dos años después que la CUP le mandase públicamente “a la papelera de la Historia” cuando le obligó a renunciar a su reelección como presidente de la Generalitat y con ello le hizo ceder el paso a otro candidato, Carles Puigdemont, Artur Mas ha renunciado de nuevo. En este caso ha renunciado a la presidencia del PDeCat, el partido creado a partir de la ya extinta CDC que él presidía. Pero esta nueva renuncia de Artur Mas es mucho más: es la constatación de su gran fracaso político y personal.

Predestinado al triunfo

Tiene su aquel que quien siempre nos había sido presentado como alguien poco menos que predestinado al triunfo, ya fuese este político, profesional o personal, a la postre pase a la historia como un fracasado. Sin duda alguna Mas lo es. Su fracaso trasciende lo político y lo personal, y ni que decir tiene que también lo profesional, porque casi toda su trayectoria profesional ha sido política.

La división del catalanismo político

Porque el fracaso de Artur Mas ha tenido, tiene y tendrá consecuencias muy negativas para el conjunto de la sociedad catalana, en primer lugar para el nacionalismo conservador o de centro-derecha que CDC encarnó durante tantos años bajo el liderazgo indiscutido e indiscutible de Jordi Pujol, pero también para todo aquel gran movimiento transversal, diverso y muy plural que desde los lejanos tiempos de la dictadura franquista, e incluso desde antes, hasta hace muy pocos años fue el catalanismo político, hoy escindido entre secesionistas, soberanistas, nacionalistas, federalistas y autonomistas, en un enfrentamiento interno de difícil recomposición.

El sucesor designado por Pujol

Artur Mas fue investido por Pujol como su sucesor después que el núcleo familiar y político del pujolismo descartase al sucesor natural, Miquel Roca, de quien no se fiaron jamás. Fracasado previamente como opositor al alcalde olímpico de Barcelona, el socialista Pasqual Maragall, Mas fracasó de nuevo cuando ambos se enfrentaron en unas elecciones autonómicas, en 2003. CiU perdió entonces, por vez primera desde 1980, el control político de la Generalitat.

Del apoyo del PP al independentismo

Aquel fracaso, repetido en 2006 con la reedición del tripartito de izquierdas presidido por otro socialista, José Montilla, solo quedó en parte paliado cuando, finalmente y ya en 2010, Mas accedió a la Presidencia de la Generalitat; lo hizo con el apoyo de los 62 diputados de CiU y gracias a la abstención de la oposición socialista, para pasar luego a gobernar con el apoyo parlamentario del PP, presidiendo un gobierno proclamado como “business friendly”, con graves recortes en políticas sociales en pleno periodo de crisis económica.

La soberbia de la victoria

Aquella primera victoria electoral de verdad de Artur Mas -en puridad CiU ya había ganado las elecciones en 2003 y en 2006, pero no pudo gobernar frente a la coalición progresista de PSC, ERC e ICV-EuiA- tal vez ensoberbeció a aquel supuesto triunfador nato.

Anticipó elecciones dos años después, en 2012, con la ambición confesa de obtener una mayoría mucho más amplia, pero se quedó con una docena menos de escaños, solo con 50, y se vio obligado a gobernar con el apoyo de ERC.

Desde entonces Artur Mas, que de forma inesperada había hecho que CiU abrazase el soberanismo y luego ya el independentismo, ha cosechado fracaso tras fracaso, aunque logró mantenerse como presidente de la Generalitat hasta que la CUP le obligó a retirarse y él, en una decisión aún hoy inexplicada e inexplicable, designó como sucesor al entonces alcalde de Girona, Carles Puigdemont.

Perspectivas judiciales muy negativas

La gravedad del fracaso personal de Artur Mas es indiscutible. Entre otras razones, porque las perspectivas que ofrece su calendario judicial no son nada halagüeñas.

Comenzando, evidentemente, por las condenas de inhabilitación y cuantiosas sanciones económicas que ya le han sido impuestas, pero también porque todo apunta a que la inminente sentencia del “caso Palau” constituirá  una grave condena política, y tal vez también económica, para la antigua CDC, y sobre todo porque son varias las causas judiciales que de un modo u otro le afectan, desde la del célebre “caso del 3%” de supuesta financiación ilegal de CDC hasta las mucho más graves abiertas contra el propio Mas y otros dirigentes secesionistas.

Una sociedad dividida y enfrentada

No obstante, el fracaso político de Artur Mas es todavía mucho más grave. Lo es porque aquel candidato presentado como un Moisés redivivo, dispuesto a conducir al pueblo elegido a una idílica tierra prometida, deja como legado político una sociedad catalana fracturada en dos mitades casi idénticas, escindidas en una confrontación identitaria difícilmente superable a corto y tal vez incluso a medio plazo, con un quebranto económico y social incalculable y con la pérdida del prestigio internacional ganado con tantos esfuerzos durante tantos años. 

Un último gesto de honradez política

En su comparecencia pública para anunciar su dimisión como presidente del PDECat, Artur Mas tuvo, justo es reconocerlo, un último gesto de honradez política. Reconoció finalmente que con el 47,5% de los votos no existe, hoy por hoy, una mayoría social suficiente para que Cataluña se pueda plantear un proceso independentista. Muchos ciudadanos de Cataluña le hubiésemos agradecido infinitamente a Artur Mas que hubiese tenido este mismo gesto de honradez política mucho antes. En concreto, antes de iniciar él mismo este viaje a ninguna parte que le ha conducido a su fracaso personal y político, y que ha llevado a Cataluña al borde del precipicio.