Oriol Junqueras, en el recurso presentado ante el Tribunal Supremo, ha apelado a su condición de creyente para pedir su salida de prisión.  Cabe pensar que el exvicepresident de la Generalitat considera que si fuera ateo su encarcelamiento estaría justificado. Una vez más, nacionalismo y religión van de la mano. No es casualidad que Mariano Rajoy sea también nacionalista y creyente. Quizá Junqueras podría esperar más comprensión, más capacidad de diálogo, más disposición al entendimiento de alguien completamente diferente a él, de alguien que considerara una simple casualidad el lugar donde se nace y que desconfiara de seres supremos creadores del mundo.

Un dirigente creyente necesita que sus seguidores también lo sean. No necesariamente deben serlo de una religión, simplemente es necesaria su disposición a renunciar a la razón en favor de una promesa. Cuanto más alejada está esa esperanza de la vulgar y aburrida realidad, más atractiva resulta.  Junqueras promete un país en el que, por el simple hecho de separarse de otro, la justicia social y el progreso económico y cultural están asegurados. Rajoy garantiza lo mismo, pero sólo si se mantiene la unidad. Lo más importante para ambos es que sus seguidores no desvíen la mirada de la lucecita con la que nos guían, para que no podamos ver las tinieblas que nos envuelven.

Su reino no es de este mundo y, por eso, sus actos no pueden ser juzgados con nuestras leyes. ¿Cómo puede un juez dictaminar si las acciones de Junqueras suponen un peligro para la convivencia o si las omisiones de Rajoy son actos punibles, cuando ambas obedecen a un mandato del más allá? Para ellos España y Catalunya son entidades que están por encima de los individuos que las componen. Ambas son en sí mismas una realidad que viene del fondo de los tiempos y que sobrevivirá a todas las generaciones de mortales que las habiten. 

La promesa de un mundo mejor justifica todos los sacrificios que se deban aceptar en éste. Por eso ha resultado infructuosa la campaña de miedo con la fuga de empresas, la amenaza de expulsión de la Unión Europea, o el encarcelamiento de dirigentes. Rajoy y sus estrategas (si es que los tiene) deberían haber imaginado que sería así, porque ellos son los primeros en exigirnos abnegación en pos de no sabemos qué bien mayor. 

Y así seguirá por los tiempos de los tiempos, mientras elijamos ser crédulos y prefiramos pastores a estadistas.