El origen del término “posverdad” se le atribuye al bloguero David Roberts quien empleó este neologismo en 2010 para referirse al ambiente político (el neoliberal) en el que la verdad no cuenta, o cuenta muy poco. Ralph Keyes, en su libro “The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life” empleó el concepto “era de la posverdad” refiriéndose a las mentiras que se vierten en apoyo de grupos o fuerzas políticas determinadas, creando, en la opinión pública, una “verdad” que no lo es, es decir, una mentira o “posverdad”. Tiene que ver mucho con lo que algunos llaman “posdemocracia”, palabra que designa, igualmente, esas formas de gobierno que, aun siendo implantadas a través de elecciones supuestamente lícitas, encarnan los valores opuestos a los democráticos, aunque los denominen así. Y ahí estamos los españoles, como el que más.

En realidad, la posverdad es una herramienta más para favorecer la propaganda política y la manipulación de la sociedad y de la conciencia colectiva a favor de formas de gobierno inmorales y contrarias a los intereses de los ciudadanos. Dicho de otro modo, se trata de un eufemismo para denominar de otro modo a las mentiras de toda la vida.

Y, hablando de posverdades o de mentiras de toda la vida, nos encontramos de bruces con la política, el ámbito de la vida plagado de expertos en la materia,  y que repercute en todos los aspectos de nuestras vidas. De hecho es el lenguaje neoliberal el que necesitó de ese nuevo vocablo para manipular a los ciudadanos y disfrazar sus objetivos soeces y antidemocráticos. Y nos encontramos con el Partido Popular, ganador indiscutible en el concurso de emitir “posverdades”, si existiera ese concurso. Y nos encontramos con Rajoy, quien, en la rueda de prensa que dio el pasado día 29 para hacer balance del 2017 y para exponer sus retos para 2018, hizo alarde de su intenso y profundo conocimiento de la “posverdad”.

Y nos encontramos con unas afirmaciones, verdaderas posverdades, que sólo podrían aceptar como válidas personas, colectivos o sociedades del otro lado del planeta, quienes desconozcan lo que ocurre en este país; nipones, congoleños o neozelandeses, quizás. Porque si se es español y se tiene un mínimo de sentido común y de objetividad se sabe muy bien cómo está España y cómo está quedando tras ser arrasada por la política neoliberal. Ha dicho Rajoy en su discurso de fin de año, por ejemplo, que “España es hoy una economía más competitiva, que está creciendo y creando empleo por encima de las mejores previsiones porque produce, exporta y, en consecuencia, consume sin endeudarse con el exterior". Sería imposible describir mejor la antítesis de la realidad.

Vayamos por partes. La economía española no sólo hoy no es más competitiva, sino que está en una situación precaria. Las grandes cifras macroeconómicas con las que explican la evolución del PIB o del paro son sólo eso, cifras que no revelan la verdad de la España maltrecha actual; una España en la que la industria, el comercio y el consumo se han desplomado de manera contundente, y en la que la pobreza azota a más del veinte por ciento de la población; y va en aumento. En la Legislatura de Rajoy la supuesta creación de empleo no es tal, porque se sustenta en la precariedad laboral. No hay un solo trabajador indefinido más que había al inicio de su legislatura. Y si entonces ser mileurista en España era una vergüenza, hoy en día es un privilegio, porque muchos mileuristas de 2011 ahora cobran 600 euros, y contentos de no formar parte del casi veinte por ciento de parados.

Hace sólo unos meses Bruselas alertaba de la precariedad laboral, del déficit autonómico y del riesgo de pobreza en España. Que no nos vendan la moto ni ninguna posverdad. España no va bien, como no iba bien en los oscuros tiempos de Aznar. España va fatal. Han mermado nuestra democracia a mínimos, y siguen en ello. Hablan de crecimiento económico en tono triunfalista, pero la verdad es que han aumentado de manera alarmante en nuestro país la pobreza y la desigualdad. España es ahora un país mucho menos libre, mucho menos democrático, mucho más pobre, más indecente, más oscuro y más desigual. No es extraño que algunos, como Eduardo Galeano o el poeta peruano Alex Pimentel, llamen terrorismo al saqueo de la derecha neoliberal.