Desde la abolición de la esclavitud al reconocimiento del sufragio femenino, desde la legalización del divorcio al del matrimonio entre personas del mismo sexo o desde el derecho a una muerte digna al establecimiento de un Estado laico -estos últimos en vías de un reconocimiento pleno-, se requiere de la existencia de personas que luchen a contracorriente para que estos derechos sean finalmente admitidos y estimados por sus conciudadanos. Si en el mundo del conocimiento se progresa por la clarividencia y talento de unos pocos superdotados intelectuales, en los asuntos sociales es la valentía y generosidad, también de una minoría, la que consigue conquistar e implantar los nuevos valores ciudadanos.

Viene esta reflexión a cuento del caso de la doble campeona del mundo de ajedrez, Anna Muzychuk, que ha renunciado a defender sus títulos en el Mundial de partidas rápidas y relámpago que se celebra en Arabia Saudí. La joven ucraniana ha esgrimido sus "principios" para no acudir a un país donde la tratarían como "una criatura de segunda" por ser mujer. "Estoy dispuesta a defender mis principios y saltarme el evento, donde en cinco días podría ganar más de lo que consigo en 12 torneos juntos. Todo eso es molesto, pero lo más molesto es que a casi nadie le importa", escribe Muzychuk en un comunicado publicado en su cuenta de Facebook.

El 1 de diciembre de 1955 en Montgomery (EE.UU.), Rosa Parks, una mujer de color que volvía a casa de su trabajo como costurera en unos grandes almacenes subió al autobús y se sentó en uno de los asientos reservados para blancos. Cuando el conductor se percató de esta circunstancia paró el autobús y le exigió que se levantara, pero la mujer se negó a hacerlo, y no lo hizo ni cuando el conductor amenazó con denunciarla. Finalmente Rosa Parks fue arrestada, enjuiciada y condenada por transgredir el ordenamiento municipal. 

Rosa, ayer, y Anna, hoy, antepusieron sus principios a una actitud acomodaticia con el “statu quo” y forman parte de esa exclusiva minoría que combate por todos nosotros para conseguir lo que, de otra forma, sería inalcanzable: el cambio del orden establecido y la tradición secular. Sin el coraje y la valentía de personas como Rosa y Anna no lograríamos progresar ni liberarnos de las fuertes ataduras con nuestro propio pasado de ignorancia, intolerancia e irracionalidad. ¡Gracias Rosa, gracias Anna!