La soberbia se define como un sentimiento de superioridad frente a los demás, que provoca un trato distante o despreciativo. De eso anda sobrado el equipo de Mariano Rajoy Brey. ¿O no es una muestra de soberbia lo que dijo el lunes la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría: “Rajoy ha descabezado a los partidos independentistas”.

Además de exhibición de soberbia, arrambla con varios conceptos básicos de la democracia: la independencia judicial, el consenso entre los partidos que protegen los principios constitucionales o, lo que es peor, la confianza de los ciudadanos porque se dan cuenta que no es la Ley la que vela por ellos, sino el arbitrismo y el ansia de quedar por encima de todos.

La soberbia de unos choca con otra ceguera: las mentiras de los otros. Porque los independentistas navegan en dirección similar y se golpean mutuamente con los remos. No se perdonan.

El que está en la cárcel –Oriol Jonqueras- señala al  huido –Carles Puigdemont-  que disfruta de la ópera  sin hacer frente a sus responsabilidades, como bien le achacan. Aquí se demuestra que los ideales pueden perseguirse por métodos diversos, pero que el grado de comodidad o incomodidad que se mantenga supone diferencias notables.

En lo que unos y otros coinciden, los de Rajoy y los que porfían por la República catalana, es en la mentira. Mienten los soberanistas sostienen que en ese marco no existirá desigualdad, las empresas retornarán gustosas, los ciudadanos vivirán en condiciones óptimas y Europa les acabará aplaudiendo, el Gobierno de don Mariano miente cuando sostiene que su intención es exclusivamente lograr el bien de los catalanes y de los españoles, por encima de cualquier otra situación coyuntural e irrisoria: léase la descomunal corrupción del Partido Popular.

Ambos mienten y lo saben porque trabajan anteponiendo su propio beneficio a cualquier otra consideración. En estas horas previas a las urnas, hay que invitar a los ciudadanos a pensar con mucha calma a quien le dan el poder.

Y pedir también al resto de formaciones políticas que practiquen la sensatez  y que busquen, desde el diálogo, fórmulas para mejorar el gran objetivo del bienestar social y del progreso.

Se trata, en fin, de abrir las puertas a un futuro mejor y de aliviar la desazón y el disgusto que ningún ciudadano de este país se merece.