Lo que pudo parecer al principio una simple operación de propaganda política puede acabar en una grotesca parodia. El viaje del por entonces ya cesado presidente de la Generalitat Carles Puigdemont a Bruselas, en compañía de algunos de los que habían sido sus consejeros, asimismo ya destituidos como consecuencia de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, comenzó mal y puede acabar peor. Digo que empezó mal porque tanto Puigdemont como sus compañeros de viaje no tenían entonces ninguna causa judicial abierta y, por tanto, no había razón ninguna para que viajaran de forma casi clandestina, en una operación más propia de Mortadelo y Filemón que de quienes hasta hacía pocos días habían personalizado la institución del autogobierno de Catalunya. Y también tuvo un mal inicio porque tanto el propio Puigdemont como todos sus acompañantes realizaron aquel extraño viaje secreto con el desconocimiento absoluto por parte de sus partidos, el PDECat y ERC.

Todo lo que se ha sucedido desde entonces confirma que en la personalidad de Carles Puigdemont subyace un narcisismo patológico. Un narcisismo que le ha llevado a configurar unas candidaturas electorales hechas exclusivamente a su medida, con unos seguidores no ya leales a un programa político determinado sino simplemente adictos, fieles a su persona, apenas sin intervención alguna por parte de la dirección del PDECat.

Las reiteradas extravagancias de la actitud y sobre todo de las declaraciones hechas por Puigdemont y algunos de sus compañeros de viaje desde Bélgica están en abierta contradicción con lo que ha sido y es la línea programática de la antigua CDC, que se supone que tiene su prolongación en el PDECat. La por ahora última extravagancia han sudo sus declaraciones furibundamente antieuropeístas, hasta el punto de considerar que la Unión Europea está formada por “unos estados decadentes y obsolescentes”, con unos dirigentes a los que ha menospreciado como solo han hecho los eurófobos más extremistas, desde los Le Pen hasta Farage, sin olvidar a otros ultranacionalistas de extrema derecha o extrema izquierda.

Un narcisismo que le ha llevado a configurar unas candidaturas electorales hechas exclusivamente a su medida

A la manera de aquel falso general Della Rovere creado por Indro Montanelli en una novela que Roberto Rossellini llevó al cine con Vittorio de Sica como gran protagonista, Carles Puigdemont ha pretendido y pretende construirse también un personaje heroico a su medida, como lo hizo aquel patético estafador que se hizo pasar por el líder clandestino de la Resistencia antifascista y acabó siendo fusilado creyendo tanto él como sus verdugos que era quien en realidad no era.

Carles Puigdemont llegó a la Presidencia de la Generalitat por accidente, después que la CUP vetara la candidatura de Artur Mas y le tirara a “la papelera de la Historia”. Hasta entonces había sido un discreto periodista, independentista de siempre pero militante de CDC, y llegó a la alcaldía de Girona también casi por accidente, como último recurso. Cuando Artur Mas le eligió como sucesor ni tan siquiera había encabezado la candidatura de Junts pel Sí por la circunscripción electoral de Girona, que lideró entonces Lluís Llach. Aunque desde el mismo momento de su toma de posesión anunció que no se presentaría a la reelección, palabras que repitió una y mil veces, lo cierto es que ahora sí encabeza una candidatura y sí pretende ser elegido presidente de la Generalitat, cargo que se empeña en afirmar que ostenta a pesar de todos los pesares. Entre otros de estos pesares, porque fue cesado en este cargo por la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que Carles Puigdemont pudo evitar que fuese aprobado y aplicado si hubiese tenido la dignidad política y el coraje personal de ser él quien convocase elecciones autonómicas anticipadas, y ahora, por el simple hecho de concurrir como candidato a estos comicios, en realidad acata y asume su cese, puesto que la convocatoria electoral no la hizo él, que hubiese sido presidente de la Generalitat también en estas fechas, sino que la hizo el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

Cabeza de lista de una candidatura que en puridad debería denominarse Junts per Mi y no Junts per Catalunya, Carles Puigdemont está dándonos muestras incesantes de un narcisismo patológico, muy a menudo rayano ya en lo más “friki”. Por desgracia nos quedan todavía demasiados días antes de la cita electoral. Estas algo más de tres semanas que nos esperan hasta el 21D pueden depararnos muchas sorpresas por parte de Carles Puigdemont. Y mucho me temo que no serán nada agradables.