Si atendemos a una de las definiciones más extendidas de psicopatía, esa que expone que un psicópata es aquél que actúa sin tener conciencia ni experimentar emociones respecto del daño que produce a los demás, vivimos en un país lleno de psicópatas. Empezando por el hecho de que la fiesta “nacional” de los españoles es un espectáculo dantesco en el que se tortura y asesina a un rumiante indefenso ante la mirada impasible de una turba de indecentes. . Nos adoctrinan desde la infancia en percibirlo como “normal”. Pero no lo es. Es una salvajada terrible que muestra una falta de moral, de compasión, de sensibilidad difíciles de describir. Y, desde luego, mi fiesta no es, nunca lo ha sido y nunca lo será.

En un país en el que se financia con dinero público la tauromaquia, o el arte de torturar, asesinar y amputar a un pobre animal desvalido, no es nada extraño, sino natural y lógico que el maltrato y el abuso del prójimo, sea animal o humano, sea algo absolutamente normalizado en la vida cotidiana y en la conciencia colectiva. Son cientos las formas de torturar animales que jalonan los hábitos sociales y festivos de las ciudades y los pueblos de España; desde quemar vivos a toros, a lanzarles por acantilados, o lanzar a ocas y cabras desde campanarios, o lancear a un toro asustado, y a becerrillos aún sin destetar, o matar gatos, o amputarles los rabos. En fin, un abanico de torturas y crueldades que ya hubieran querido para sí los ideólogos de las santas torturas de la Inquisición.

En realidad, la religión y el apego a la tortura son prácticamente lo mismo. Fue la religión la que empezó a utilizar de manera sistemática la tortura y la crueldad contra las personas, fue durante siglos una gran herramienta de la Iglesia para conseguir sus fines, para deshacerse de los “impíos” y, a la vez, requisar sus bienes; de los animales mejor no hablar. El libro de los cristianos está lleno de “sacrificios” de animales y de primogénitos para contentar al dios cristiano que, sin embargo, dicen que es todo bondad. De tal manera que todas las sociedades de raigambre judeocristiana están adoctrinadas y habituadas a la crueldad que está, ya digo, normalizada de manera obscena en la conciencia colectiva.

En un país en el que se financia con dinero público la tauromaquia, o el arte de torturar, asesinar y amputar a un pobre animal desvalido, no es nada extraño

Justificar la crueldad contra los animales justifica de algún modo también la crueldad contra las personas. De tal manera que es una ecuación matemática que en los países más democráticos y laicos es donde más se respetan los derechos humanos, y también los derechos animales, y, al contrario, en los países menos democráticos, dicese los de mayor presencia religiosa, son aquellos en los que el respeto a los derechos humanos es tan escaso e infrecuente como lo es el respeto a los derechos animales. Finalmente es lo mismo. No es casualidad carente de significado que donde gobierna la derecha o los partidos afines al pensamiento religioso o totalitario se institucionaliza el maltrato animal. El mismo origen ideológico del desprecio a los animales en Occidente es el antropocentrismo cristiano.

Por ejemplo, mientras que el Partido Popular, alegando falta de dinero, ha recortado derechos ciudadanos hasta límites surrealistas, aumentando la pobreza y dejando en la indefensión a la parte más castigada de la sociedad española, ha aumentado considerablemente el gasto público para la financiación de las corridas de toros, y ha creado, incluso, cursos de tauromaquia para niños y cátedras en algunas universidades para enseñar el “arte” de matar.

¿Cómo nos puede extrañar, por tanto, que hace unos días la Guardia Civil detuviera a un conductor que llevaba atado a su coche a un cachorro de pastor alemán que murió degollado por las heridas y los golpes?, y, lo que es peor ¿cómo nos puede extrañar que el juez haya absuelto a ese individuo inmediatamente porque alegíó que era una broma; que unos niños ataron al perro  sin que él se diera cuenta? Suena a cuento, cuesta creer que sea tan fácil evadirse de la justicia; mejor decir que en este país en cuestión de animales, y también en otras, no existe justicia.

Necesitamos con urgencia una Ley decente y sensata contra el maltrato animal. La que tenemos es ridícula y permite la impunidad a los verdugos. Pero ¿cómo castigar a alguien por matar a un animal cuando financian de manera millonaria a los que se dedican a matar un rumiante pacífico y a eso lo llaman cultura y españolismo?  Necesitamos, mejor, un cambio de paradigma en usos y costumbres, y en la conciencia, en este país de psicópatas, tan habituado a la tortura y a la crueldad. Y eso es realmente difícil, y más con la Ley Educativa que ha diseñado la derecha. Porque todo pasa, finalmente, por la sensibilidad, por la cultura y por la educación.

Sea como sea, como dejó escrito Milán Kundera, del desprecio a los animales, de los que tanto abusamos, deriva la gran debacle de la especie humana. Quizás aún no sea demasiado tarde para remediarlo.