Tal vez alguno pensará, yo a veces, que deberíamos instaurar un día sin estar dedicado a nada, aunque sería una contradicción en sus términos. Lo cierto es que no faltan causas justas por ser evidenciadas, mucho más que días al año, pero hay algunas que, sin ser rimbombantes, me parecen tan necesarias como acabar con el hambre en el mundo, porque la necedad es una hambruna de repercusiones incalculables. Por séptimo año consecutivo, y consolidando así esta iniciativa,  el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) organizan conjuntamente una campaña con motivo del Día de las Librerías. Se instituyó el día 10 de noviembre para reconocer a los libreros y a las librerías como espacios necesarios de difusión de la cultura y las ideas, y también como día de los lectores que encuentran en ellas a verdaderos guías de lectura. Los libreros aplicarán un descuento especial del 5%, las librerías permanecerán abiertas hasta las 22h y organizarán multitud de actividades culturales, como tertulias, cuentacuentos, lecturas o encuentros con autores, bajo el lema “Deja que te cuenten”. La jornada reivindica la capacidad de recomendación personal del librero y las librerías como lugar de dinamización cultural, teniendo que celebrar que, por fin, después de la destrucción del sector y la desaparición de librerías en todo el país a raíz de la crisis, comienzan a reaparecer nuevas, este año, recuperando el espacio,  cada vez más especializadas y dinámicas.

 Creo que la mayoría de las nuevas generaciones que han nacido pegadas a un dispositivo electrónico han olvidado o desconocen el valor de estos espacios y sus profesionales o los desconocen. No vamos a remontarnos a las primeras librerías inglesas o francesas del siglo XVIII o XIX, en las que los ilustrados se reunían buscando argumentos filosóficos, o difundían sus propias ideas revolucionarias contra el absolutismo, y que normalmente nacían ligadas a alguna imprenta, generalmente clandestina y perseguida. Pero sí en la historia contemporánea hay que reseñar su importancia como lugares de difusión de la cultura con mayúscula, de reunión de intelectuales y creadores y revulsivo social. Recordemos que muchas de ellas fueron asaltadas y quemadas, y sus dueños detenidos y asesinados, durante el nazismo. Algunas de las históricas siguen abiertas como Waterstones en Londres, la Lello en Oporto, o la emblemática San Ginés de Madrid, con sus tenderetes de segunda mano. Los libreros inspiraban ideas que se escapaban al control de los idearios fascistas recomendando lecturas, autores, protegiendo el conocimiento entre sus paredes.

Más de lo mismo sucedió en la España previa a la República, también durante ella, asociadas a imprentas muy significadas que, tras la guerra, fueron cerradas, quemadas o confiscadas en su casi totalidad. La lucha soterrada contra la dictadura creó una especie de mercado negro de libros prohibidos, y el propio espacio de la librería o más bien, su trastienda, se convirtió en lugar de libertad y de peligro también pues la policía política de Franco siempre acechaba, a aquellos hambrientos de otras lecturas que no fueran las oficialistas del Nacional catolicismo. Autores como Marx, Freud, también Antonio Machado, Lorca o Cernuda, siguieron leyéndose soterradamente gracias a estas librerías pese a ser autores prohibidos por los censores.  Librerías de referencia como Fuentetaja, -Machado y Alberti-estas ya con la naciente democracia, fueron fundamentales en que permearan nuevas ideas y filosofías,  y ahora otras como Gigamesh, La Luna Nueva, Luces, La Central, por citar algunas de Barcelona, Jerez, Málaga y Madrid, siguen siendo referentes de nuevos lectores náufragos en las redes de hoy.

Sin lugar a dudas, tal vez haya que rescatar la narrativa y la historia de las librerías y su importancia. Y se está haciendo. Con un poco de sensibilidad y agudeza de pensamiento es fácil detectar su labor de guía y de acicate social. La prueba la tenemos estos días en la última película de la directora Isabel Coixet que se estrena en tan destacada efeméride. Ella misma, en una entrevista, dice que más que un alegato contra la incultura, aunque también, es un retrato de “la banalidad del mal”. Su película, que ha ganado el premio de la Feria del Libro de Francfort a la mejor adaptación de una novela,  precisamente con el nombre de “La Librería”, de Penélope Fitzgerald. Es un fiel reflejo y retrato de cómo un espacio como este puede revolucionar y abrir las puertas y las ventanas del pensamiento más conservador de una sociedad con su sola presencia. De hecho su protagonista dice: "Cuando leemos una historia, la habitamos. Las cubiertas de los libros son como un techo y cuatro paredes. Una casa", Acudamos pues a las librerías, como lo que son, no por ser su día, sino por ser la salvaguarda contra la necedad en días tan banalmente perversos.