Nunca he sido independentista. Tampoco lo soy ahora. Por no ser, jamás he sido nacionalista. He sido, soy y espero seguir siendo solo catalanista. Desde que tuve uso de razón, y sobre todo desde que comencé mi actividad profesional como periodista y también mi militancia política –y de ambas cosas hace ya más de medio siglo-, he sido, soy y espero seguir siendo un claro defensor de la catalanidad democrática.

En sí misma, la catalanidad democrática, y por consiguiente todo lo que conocemos históricamente como catalanismo político, había sido siempre diversa y plural, no excluyente sino inclusiva, y por ello durante tantos años había basado gran parte de su enorme fuerza política en su misma diversidad y pluralidad, en el hecho de abarcar desde el puro regionalismo hasta el independentismo, pasando por un muy amplio espectro de opciones: autonomismo, federalismo, confederalismo, nacionalismo…

Hoy, por desgracia, un porcentaje considerable de los catalanistas, en concreto todos los que no somos independentistas, hemos quedado simplemente expulsados de la catalanidad democrática y nos vemos tratados muy a menudo, tanto en privado como incluso en público, como “traidores”, “súbditos” o “botiflers”, que es otra forma nada amable de descalificarnos como “traidores a la patria”.

A pesar de todo ello, ahora intento hacer un ejercicio de empatía y me esfuerzo en imaginar qué pensaría yo en las circunstancias actuales si fuera independentista después de estos últimos cinco interminables años de “proceso de transición nacional”, de este largo lustro de una sucesión incesante de “días históricos”, incluso de “momentos históricos”. Pienso que, como nos sucede a muchísimos ciudadanos de Catalunya de toda edad y condición, e incluso sea cuál sea nuestra opción política personal, cualquier independentista mínimamente razonable debe estar harto de tantos “días históricos”, de tantos “momentos históricos”.

Cualquier independentista mínimamente razonable debe estar harto de tantos “días históricos”, de tantos “momentos históricos”

Pienso también que, quizá con las lógicas y únicas excepciones de los más hiperventilados, extremistas y radicales de los independentistas, existe una gran mayoría de los que votaron por Junts pel Sí, la coalición electoral formada por lo que fue CDC y ahora es el PDECat con ERC, que ahora se sienten profundamente decepcionados, sin duda alguna desconcertados e incluso en muchos casos perciben o sienten que han sido engañados o estafados.

La aceleración rapidísima que el secesionismo catalán ha imprimido a su “hoja de ruta” en estas últimas semanas ha dado como resultado, en primer lugar, una escisión muy profunda y difícilmente reversible de la sociedad catalana; ha producido asimismo la fuga de cerca ya de 2.000 empresas catalanas –casi todas las grandes, incluidos los dos únicos bancos que hasta ahora tenían su sede en Catalunya-, con la pérdida ya de cerca del 33% del PIB, y no solo no ha conseguido el reconocimiento de la proclamada República Catalana sino que ha visto cómo a ésta se le cerraban todas las puertas, tanto las de la Unión Europea (UE) y todos los estados que la integran como las de las Naciones Unidas y de los Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Canadá, Australia, México… Por si no bastara con esto, ahora sabemos también que muchas otras de las promesas hechas con gran solemnidad por el Govern de la Generalitat presidido por Carles Puigdemont también eran simplemente falsas: nada estaba previsto ni preparado para la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), y no existían ni en embrión las tan traídas y llevadas “estructuras de Estado”.

Más aún: después de la nada solemne proclamación de la República Catalana tras una vergonzante votación secreta y en urna con el voto favorable de solo 70 de los 135 diputados del Parlamento de Catalunya –es decir, 2 menos de los 72 integrantes de los dos grupos independentistas-, la bandera española en ningún momento ha sido arriada en el Palau de la Generalitat, ni tan siquiera en el hemiciclo del Parlamento catalán. Y el ya expresidente Carles Puigdemont dice ser ahora un presidente “en el exilio”.

No soy ni he sido nunca independentista. Si lo hubiese sido en algún momento, si lo hubiera sido hasta ahora, dejaría de serlo de inmediato. Pero es que yo no soy ni he sido nunca independentista. Yo, con perdón, soy un simple catalanista, es decir un “botifler”, un “traidor a la patria”…