En estos días de convulsiones patrióticas, con el 'Procés Catalán' en tierra de nadie, el día de la Hispanidad por medio, y todas las posverdades patrióticas y sus múltiples escenificaciones más o menos hueras, vuelvo a los maestros para reconocer mi patria, como ellos, que es la del idioma, la del español.  Mucho se ha escrito y disertado sobre el valor real y metafórico de la lengua española.  El hecho de que en la actualidad sea un idioma hablado por más de quinientos millones de personas, según informes del Instituto Cervantes, han perfilado su preponderancia mundial, evidente en potencias como EEUU, a pesar de las reactivas y reaccionarias políticas contra el mismo por parte de esa calamidad de presidente llamado Trump, y sus supremacistas blancos secuaces… El interés por  aprender español de los que no la tienen como lengua materna, debiera ser directamente proporcional al nuestro por difundirla con rigor y altura de miras, particular que no siempre sucede. La trivialización de nuestra sociedad española ha devaluado un idioma, incluso en los medios considerados celosos de la misma como los académicos, los literarios y los periodísticos,  hasta niveles que han puesto en peligro los valores con los que la Real Academia, por ejemplo, fue creada: “Limpia, fija y da esplendor”. De esto comienzan a ser conscientes los reales académicos, y prueba de ello es que los últimos congresos de la lengua se han realizado en ciudades americanas como  Valparaíso, Chile, 2010, Ciudad de Panamá, 2013, y la próxima, prevista para marzo de 2016, en San Juan de Puerto Rico. No es casual, teniendo en cuenta la fuerza de  la Asociación de Academias de la lengua Española (ASALE), cimentado en el peso de sus más numerosos integrantes y hablantes, con una presencia, no ya sólo migratoria, sino de hecho y derecho, en EEUU.

El caudal del idioma no debe ser tratado como un “bien inmaterial”, pretexto ornamental de Exposiciones Universales, encuentros macroeconómicos, políticos o internacionales, sino como una realidad tangible. Un cambio importante podría ser el hecho de que en estas citas también se contemplasen expertos en cultura y humanidades. Bien mirado, la lengua constituye una “Patria”, no sujeta a los cambios y vaivenes de fronteras ajustadas a acuerdos  y devenires históricos, sino a una realidad de pensamiento, una forma de entender, comunicar  e interpretar el mundo. 

Uno de los primeros intelectuales en comprender esto fue el nicaragüense Rubén Darío, padre del movimiento modernista, verdadero constructor, a través del idioma, de más puentes y espacios de progreso de los que muchos arquitectos serían capaces. Este cosmopolita escritor y periodista, hablaba con clarividencia de la lengua, suya y nuestra, como una realidad identitaria, en su libro “Viaje a Nicaragua”. Advertía en 1898, recién perdidas las últimas colonias españolas de Cuba y Filipinas, de cómo la lengua, refiriéndose a la inglesa frente a la española, era también una forma de colonialismo, de dominio cultural. Tenía razón, también en esto.  

Fue sin embargo el profesor y poeta Luis Cernuda,  perteneciente a la llamada Generación del 27, exiliado en EEUU, quien mejor definió este concepto de “La Patria de la Lengua” al pasar, en la década de los cincuenta del siglo veinte, a dar clases de nuevo en su lengua materna, el español, en México.  En uno de sus últimos libros, “Variaciones sobre  tema Mexicano”, medita, poéticamente, sobre la lengua y sus ámbitos;  de su dimensión universal y de cómo la estructura de pensamiento de un idioma concreta y recrea el espacio real e identitario. En este raro libro, un libro de poemas en prosa pero a la vez de tono meditabundo y casi filosófico, no olvidemos que Cernuda pertenece a la escuela de José Ortega y Gasset, dice: "¿Cómo no sentir orgullo al escuchar hablada nuestra lengua, eco fiel de ella y al mismo tiempo expresión autónoma, por otros pueblos al otro lado del mundo? Ellos, a sabiendas o no, quiéranlo o no, con esos mismos signos de su alma, que son las palabras, mantienen vivo el destino de nuestro país, y habrían de mantenerlo aun después que él dejara de existir”. Esta profunda reflexión emitida hace ya casi setenta años por Cernuda fue continuada en esencia por  la publicación Cuadernos Hispanoamericanos, sobre todo en los periodos que van desde su fundación, con Pedro Laín Entralgo y Luis Rosales, hasta el final de la dirección del poeta Félix Grande. Gracias a ellos se debatió esta misma idea de forma rigurosa y constructiva, desde ambos márgenes transoceánicos del idioma, con reflexiones de pensadores y creadores tan acreditados como Octavio Paz entre otros. 

Actualmente se trabaja seria y apasionadamente en esta idea en Miami, en la FIU (Florida International University), que en muy poco tiempo y con no demasiados recursos se ha convertido en una de las diez mejores universidades norteamericanas, y la que cuenta con mayor número de estudiantes hispanos del país. El propio presidente Obama, al que todos echamos de menos con la odiosa comparación del actual, la convirtió en centro de acción de sus discursos sobre política migratoria, y de relaciones con la comunidad hispana. Lo más curioso de todo es que esta Universidad fundamenta su prestigio en la enseñanza y estudio de las humanidades, en especial la Lengua y Literatura española, la Historia, y la cultura como cimiento y anclaje para construir la sociedad. Este empeño parte en gran medida del afán de profesores como la Catedrática de Historia Aurora Morcillo, que trabaja en la creación de propuestas como la “Iniciativa para los Estudios de España y el Mediterráneo” en la que intenta promover una plataforma para explicar las relaciones de la cultura y el mar, de la Historia de España, enlazándola con la propia historia de América. En ella han participado figuras como José Varela Ortega, presidente de la Fundación Ortega y Gasset, y cuentan con el apoyo de los actuales Reyes de España que los visitaron cuando aún eran Príncipes de Asturias.  Es sin embargo responsabilidad de todos, de manera transversal, desde todos los ámbitos posibles, intelectuales, empresariales, políticos y económicos, que esa realidad tangible, esa patria de la lengua, siga creciendo, saludable  y poderosa, preservada y a la vez renovada. Eso conforma nuestro mundo, ancho y de muchas orillas, y la grandeza secular de nuestra lengua. Un cimiento de realidad y progreso. Quien lo leyó (y vivió) lo sabe.