Han pasado cinco días desde el domingo del referéndum catalán y sigo aún turbada, como supongo que millones de españoles demócratas, por unas imágenes de represión y violencia, por parte de las fuerzas de Seguridad del Estado, que soy incapaz de asimilar. Son imágenes que a muchos se nos quedarán grabadas en la retina, porque nunca habríamos podido imaginar que algo así podría ocurrir en un país que lleva, supuestamente, cuarenta y dos años de democracia. Eran imágenes de un Estado totalitario y tirano que emplea la violencia contra sus ciudadanos.

Siento una inmensa vergüenza por las agresiones que se produjeron contra ciudadanos pacíficos que simplemente pretendían meter un voto en una urna, es decir, querían hablar. Da igual que ese referéndum cumpliera o no la legalidad, no se trata de eso. En primer lugar, se supone que un pueblo tiene derecho a opinar; eso en primer lugar. ¿A qué tanto miedo a la voz del pueblo? ¿Dónde queda aquel eslogan, “habla, pueblo, habla” con el que martilleaban incansablemente a la sociedad española en la Transición, quizás para hacerle creer engañosamente que su voz iba a ser importante a partir de la muerte del dictador?

¿A qué tanto miedo a la voz del pueblo catálán? Si el referéndum no cumplía la legalidad vigente ¿por qué tanto golpe, tanta violencia y tanta represión? Nada, repito, absolutamente nada, justifica el uso de la violencia por parte del Estado contra sus ciudadanos. Nada. Y menos el pretender ejercer, legítimamente o no, su derecho a expresarse. Y menos, cuando muchos del Partido Popular se pasan esa legalidadad, a la que tanto invocan cuando les conviene, por el arco del triunfo hasta extremos inconcebibles. Si buena parte de la cúpula del PP está imputada en casos de corrupción, si el partido en el Gobierno nada, como dijo Pablo Iglesias, entre sus casos de corrupción, ¿a qué legalidad apelan?

¿A qué tanto miedo a la voz del pueblo? ¿Dónde queda aquel eslogan, “habla, pueblo, habla” con el que martilleaban incansablemente a la sociedad española en la Transición?

El gobierno de Rajoy es moralmente ilegítimo. Rajoy tendría que haber dimitido ya. Perdió su legitimidad hace mucho tiempo. Pero desde el preciso momento en que se dan órdenes a las fuerzas de Seguridad del Estado para ejercer la violencia contra un pueblo y contra ciudadanos indefensos, fuere por el motivo que fuere, Rajoy y su gobierno tenían que haber dimitido en pleno. No nos representan, dicen muchos.

“La única reprobación sensata es una moción de censura”, ha dicho Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos en el Congreso de los Diputados, y estoy completamente de acuerdo. “O echamos al PP, o lo vamos a lamentar todos”, continuó, y también estoy de acuerdo. Llevamos muchos años soportando a un gobierno de un partido afín al franquismo, a sus postulados y a sus ideas, un partido que lleva muchos años evidenciando que en su esencia es incompatible con la democracia. El desprecio al diálogo, al consenso, al respeto a todas las fuerzas políticas con representación en el Parlamento sólo son propias de organizaciones desafectas a los valores solidarios y democráticos, pero el uso de la fuerza bruta, de la violencia y la agresión física sólo es propio de tiranos y dictadores.

El discurso del rey, por otra parte, ha dejado a media España, la que piensa y no se rige por tópicos baldíos, estupefacta. Su discurso parecía escrito por alguno de la cúpula del Partido Popular. Quizás quienes escriben los discursos a Rajoy y al monarca sean primos hermanos, eso lo explicaría todo. Ni palabra sobre Derechos Humanos vulnerados, ni sobre rechazo a la violencia, ni sobre respeto al que piensa u opina diferente, ni sobre entendimiento, consensos, debates, diálogo. Eso, el respeto a las personas, en mi opinión y en opinión de millones de españoles demócratas, es lo que más importa, por encima de tópicos, de emblemas y banderas.

Los pacifistas defendemos la no violencia en ninguna de sus formas. Creemos que los males de las sociedades y del mundo pueden vencerse por otros medios que no sean la violencia o la agresión. Damos por hecho que hemos superado los tiempos de los australopithecus, aunque a veces no tenemos más remedio que dudarlo. Creemos que las guerras no son más que otra muestra más de la brutalidad y la voracidad humanas. Renunciamos a cualquier lucha que no sea la que provenga del intelecto y de la razón. Y creemos, parafraseando a la Premio Nobel Malala Yousafzai, que un niño, un maestro, un libro y un lápiz son lo que de verdad pueden cambiar el mundo; porque como dijo otro premio Nobel, Albert Einstein, en realidad el peligro del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón.