Parecen lejanos los días en los que piratas de diverso origen e idéntica intención: apropiarse de los ajeno, surcaban los mares al abordaje de los galeones españoles. La idea romántica, explotada hasta la saciedad con diversa fortuna en el cine y la literatura, con figuras señeras como Salgari, en las letras, y Errol Flynn o Johnny Depp en sus traslados al celuloide, está muy lejos de la realidad crematística de entonces, y mucho menos de la de ahora. En estos días asisto con estupefacción al lavado de cara oceánico del hijo y nietos del presunto oceanógrafo Jacques Cousteau, que, parapetados en el ex Terminator actor y gobernador de California Arnold Schwarzenegger, han presentado el ecológico documental “Wonders of The Sea 3D”. Por supuesto que celebro el discurso ecológico y las críticas del actor al actual “Tontinator” que ocupa la Casa Blanca, el señor Trump, pero, eso, no me aleja del meollo de que la empresa del señor Cousteau, y su hijo, en especial, han usado durante años los pretextos ecológicos y científicos para saquear pecios y barcos españoles. Muchos son los litigios vividos, algunos pendientes, como para que ahora traguemos el anzuelo documental.

La empresa estadounidense Odyssey Marine Exploration, de la familia Cousteau, nos ha devuelto muchas veces a las elucubraciones decimonónicas, en las que, por darle aliciente contemporáneo, los intereses económicos y la desfachatez han encendido ánimos, además de la avaricia universal y de todos los tiempos del ser humano. Dicha empresa afirmó que uno de los navíos hundidos y encontrados“casualmente por ellos”, del que ha recuperado 17 toneladas de monedas de oro y plata valoradas en 370 millones de euros, no se encontraba en aguas territoriales españolas y que no es el HMS Sussex, buque de bandera inglesa del siglo XVII que la compañía cree que se encuentra en el fondo del Mar de Alborán. Irónico, cuando la empresa tiene su base en Gibraltar, y cuando aún estaba pendiente de que la Junta de Andalucía nombrase a unos buceadores encargados de vigilar al Odyssey y permitiera realizar prospecciones con el fin de identificar el Sussex.

El Gobierno español abrió en su momento una investigación para averiguar dónde encontró la empresa el botín, a qué buque pertenecía, con qué permisos contaba para hacerlo y si lo halló en aguas españolas, aseguró la ministra de Cultura del momento, Carmen Calvo: “Cuando lo sepamos con claridad activaremos todos los acuerdos internacionales a los que podamos acogernos”. Declaró que no se fía de la empresa Odyssey: “Tenemos una sospecha absoluta sobre su modo de trabajar. A nosotros no nos han pedido ningún permiso, así que si han operado en aguas españolas o en un barco hundido de bandera española, esas actuaciones son ilegales”. La compañía involucrada se negó a identificar el pecio. La agencia Associated Press detectó la manipulación digital en las fotos que suministraban como pruebas para asegurar sus declaraciones, en las que se han borrado los relieves de las monedas del polémico tesoro “rescatado”. Por ello AP solicitaba a sus abonados que se retirase la foto, cuya manipulación no responde a motivos informativos y arroja sombras sobre las prácticas de Odyssey

Presuntamente, las intenciones del Odyssey consistían en tratar de identificar el Sussex, un barco antiguo de la armada británica, pero en su momento se descartó que se trate de ese buque, sin especificar de cuál han sacado su botín. De acuerdo con la empresa: “Si somos capaces de confirmar que otra entidad tiene un legítimo reclamo legal sobre este pecio cuando -y si es posible- se identifique su identidad, tenemos la intención de facilitar un aviso a todas las potenciales partes reclamantes. Si otra entidad es capaz de demostrar que tiene un interés de propiedad en el pecio y/o su carga, que no ha sido abandonado legalmente, Odissey solicitará una compensación por recuperación. En casos similares, los recuperadores de estos pecios han recibido hasta el 90 por ciento de lo extraído”. Es decir: que si quieres que te cuente el cuento de la mala pipa.

El oro se envió con premura a Tampa, que fuera antaño refugio de corsarios diversos, durmiendo el sueño de los tasadores, que no son exactamente los justos, y, presuntamente, con un proyecto de asociación entre Odyssey y Disney, que sabe de esto, no en vano es la productora de la archiconocida saga “Piratas del caribe”, ante los posibles litigios judiciales y las evidentes ganancias del robo moderno. Cada día tenemos algún dato nuevo y escandaloso. El último, que las monedas eran españolas, de la época del reinado de Carlos III, y que contra la Junta, un técnico del Ministerio de Asuntos Exteriores autorizó la prospección. Toda la culpa no la tienen, desde luego, los piratas. La falta de legislación al respecto, o la desidia de medios y su aplicación por parte de los ministerios es un agujero abismal por el que se cuelan los que nos roban nuestra historia, en el mar o en la tierra, en yacimientos sin medios de prospección ni protección, y sin acuerdos con empresas privadas para que, con su mecenazgo, nuestro patrimonio esté donde debe: en los museos. Ahora toca una de chuflas a los tratados internacionales, que, desgraciadamente, ya sabemos para lo que sirven: para nada. Entretanto, nuestro patrimonio histórico es saqueado como una rapiña más y derrota del tiempo. Es verdad que la familia Cousteau se ha llevado algún revés judicial, y ha tenido que devolver con dolor de corazón más de uno de sus casuales encuentros entre investigación e investigación oceánica. Razón de más para que, en mi caso, vea muy claro el afán de blanqueo de imagen de los mismos. Yo no compro la moto. Lo único que se me ocurre es la famosa frase de “Gobernator” para cuando se vuelvan a acercar a nuestros mares y océanos: “sayonara baby”.