Todo lo qué está pasando ahora mismo en Alemania, acojona a los demócratas europeos. La sombra de Hitler vuelve a aparecer en coincidencia con la pérdida de votos de Ángela Merkel. Esa excomunista, jovencita y sabionda, que aplicó recortes a granel a ciudanos de a pie, ahora ha visto como la extrema derecha le robaba un millón de votos.

El hundimiento del Partido Socialdemócrata (SPD) parecía increíble, pero ha resultado verdad, lamentablemente, amigo Martin Schulz. Los herederos de Hitler han logrado, de momento sembrar miedo por doquier porque interpretan, como escribió su líder, que han sido “elegidos por el destino como testigos de una catástrofe que será la más poderosa confirmación de la solidez de las teorías de los grupos radicalmente etnocentristas.”

Pero no sólo en Alemania, el recuerdo de cuanto sucedió allí sigue siendo estremecedor. En EE.UU, atención, el presidente Donald Trump es un peligro evidente, capaz de poner en marcha otra guerra que apunte a Corea del Norte, y sus obsesiones racistas son otra de las barbaridades que manejan Trump y su entorno.

Los herederos de Hitler han logrado sembrar miedo por doquier porque interpretan, como escribió su líder, que han sido “elegidos por el destino

Entre tanto, aquí y ahora, los soberanistas catalanes vuelcan sus energías en librar una batalla que bien merecería otro fin y no el de la independencia.

La posición de Ángela Merkel es un motivo de reflexión y un aviso a navegantes. Por cuarta vez consecutiva el partido conservador, la Unión Cristiana Demócrata (CDU), se ha alzado con la victoria dejando a los socialistas en segundo lugar.

Todo ello entraría en una relativa normalidad electoral si no fuera porque la ultraderecha entra así pisando fuerte en el Parlamento germano. Los miembros de AfD han sido calificados de “auténticos nazis” por Sigmar Gabriel, ministro de Exteriores de Merkel. Uno de los líderes de AfD, Alexander Gaulan, se jacta de su preocupante intención de “recuperar nuestro país y nuestro pueblo”. Algo que los alemanes y el mundo ya vivieron bajo el signo del terror y el crimen contra la humanidad.

El hecho de que en Europa la ultraderecha más peligrosa esté ganando fuerza es algo que muchas voces llevan anunciando hace años. Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, se ha desgañitado avisando de esa amenaza sin demasiado éxito porque al lado los tenemos: Francia y Marine Le Pen, Austria y el Partido de la Libertad, Croacia, Dinamarca, Polonia, o Hungría donde las milicias de Jobbik se dedicaban a la caza de gitanos.

Pero aquí, parece que vivimos en otro mundo. La desmesura y torpeza del Gobierno de Rajoy Brey va de la mano del desequilibrio legal y la inconsistencia tozuda del Govern de Puigdemont.

Ambos siguen con sus orejeras mirándose el ombligo, impidiendo con sus gritos que nadie escuche el relato de corrupción de allí y de aquí. Entre tanto, Europa avanza hacia el riesgo de pérdida de las libertades.

Alemania parece rozar como una maldición la sentencia de que quien no recuerda su historia está condenado a repetirla. Y un determinado sector de políticos catalanes debería dejar de reinventarse un pasado y estar más atentos al crecimiento de los ultras. A los de Rajoy Brey tampoco les iría mal. La serpiente está atenta a poner el huevo en el nido en que mejor pueda incubar su cría.