La cocina es el espacio donde se concentra la mayor demanda energética del hogar. Y uno de los principales consumos se genera durante la cocción de los alimentos, un acto cotidiano durante el que llegamos a desaprovechar más de la mitad de la energía que consumimos. Por eso vale la pena revisar algunos hábitos que nos ayudarán a ahorrar dinero y emisiones.

Una de las primeras reglas que hay que observar es tan simple como eficaz: ajustar lo más posible la base de la sartén o la cazuela al diámetro del fogón que vamos a usar. De ese modo evitaremos que las llamas envuelvan al recipiente en lugar de calentar la base, lo que supone uno de los dispendios energéticos más absurdos.

Pero es que además este hecho puede dar lugar a que se queme la baquelita del mango o de las asas, liberando gases tóxicos en la atmósfera de la cocina, de por sí muy concentrada. Unos gases que no deberíamos respirar ya que pueden afectar seriamente a nuestra salud.

Cerrar el fuego unos minutos antes y utilizar la tapa del recipiente para que los alimentos se sigan cociendo con la energía acumulada en su interior puede reducir hasta una tercera parte el consumo de energía. Ese es el principio elemental del uso de la olla a presión: uno de los sistemas más eficaces, ecológicos y hasta saludables de cocinar los alimentos.

En el caso de las placas de vitrocerámica conviene alertar que, si no se usan con el adecuado esmero, llegan a consumir más energía mientras alcanzan la temperatura deseada, que durante el tiempo que cocinamos con ella: un derroche que puede suponer la mitad del consumo total.

Respecto al método de elaboración de la receta, como la inercia térmica de la vitrocerámica es mucho más rígida que la de los fogones tradicionales con llama, al levantar la cazuela o la sartén cortamos en seco el contacto con la fuente de calor, rompiendo bruscamente el ritmo de cocción, lo que no siempre es deseable.

Tal vez debido a ello los clásicos fogones de llama azul son el sistema preferido entre los cocineros profesionales, ya que la llama es mucho más ágil para regular la temperatura que la resistencia eléctrica, de manera que se produce una reacción inmediata al hecho de subir o bajar el gas o la sartén, algo que no ocurre en el caso de la temperatura obtenida desde la bobina de una placa.

El encendido de los fogones nada más abrir el gas permite eliminar el tiempo de calentamiento que se da en el caso de las placas vitrocerámicas, cosa que reduce notablemente el consumo de energía.

Por último, el rendimiento de la cocina tradicional es mucho más alto, ya que con menos consumo la acción directa de la llama en el recipiente puede llegar a dar una potencia calorífica de más de ochocientos grados centígrados, mientras que con una placa eléctrica la temperatura máxima apenas supera la mitad.