Podía ser otro día, pero el 21 de septiembre es la fecha elegida por la Organización de las Naciones Unidas como Día Internacional de la Paz para el fortalecimiento de los ideales de paz, tanto entre todas las naciones y todos los pueblos como entre los miembros de cada uno de ellos, especialmente dedicado este año para recordar a las personas refugiadas y migrantes.

Podía ser cualquier día, la causa lo merece, pero qué mejor fecha que la de hoy para recordar que existen en el mundo más de sesenta y cinco millones de personas refugiadas y desplazadas a causa de conflictos armados. Millones de historias, de dramas personales con rostro, nombre y apellidos, que comparten el sufrimiento de tener que huir de su tierra para evitar morir entre bombas, entre balas, entre machetes dejando atrás allegados asesinados. Eso sucede a más sesenta y cinco millones de personas en el mundo en el año 2017, pero para que seamos conscientes de la gravedad del problema, esa cifra se ha multiplicado por dos en los últimos cinco años.

Es imprescindible en este día realizar esta denuncia a modo de sucinto inventario del caos, iniciarlo en Birmania, donde cientos de miles de personas de la minoría musulmana Rohinyá están siendo objeto en estos mismos momentos de una verdadera limpieza étnica, huyendo a países vecinos para salvar sus vidas. Y qué decir de Siria donde perdura un conflicto armado que ha provocado, como suele decir ACNUR, la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial con más de seis millones de personas refugiadas y desplazadas, miles de ellas falleciendo en nuestro mar mediterráneo, en su tránsito hacia el refugio, en el olvido de la mayoría de los países europeos, entre ellos España, que menosprecian su obligación de darles refugio. Palestina, siempre palestina en nuestro recuerdo y en nuestra reivindicación, un pueblo que tiene ya más refugiados que habitantes en sus tierras en un conflicto eterno que afecta a demasiadas generaciones a lo largo de la historia más contemporánea que crecen en una tierra ocupada y hostigada, que viven hoy entre muros de vergüenza en un conflicto que parece no tener solución y que es una obligación moral de las potencias mundiales ayudar a resolverlo.

África necesita siempre una mención aparte. Si en algún lugar del mundo falta paz, ese lugar es el contienen africano. Y la paz no sólo entendido como conflicto bélico armado, que también los tiene, como en Sudán del Sur donde más de tres millones de personas se han visto obligadas  a dejar sus hogares empujadas por la violencia  que sacude su país y que no distingue sexo o edad, víctimas de una guerra que está causando hambruna extrema requiriendo ayuda internacional para paliar esta emergencia humanitaria como denuncia Oxfam. Y también Nigeria que vive al sur del país un auténtico horror sembrado por los fundamentalistas de Boko Haram, con casi tres millones de desplazados, miles de muertes, violaciones, y utilización de niños y niñas bomba para cometer crímenes terribles y que poco a poco va expandiendo el terror a países limítrofes sin que la comunidad internacional intervenga con la contundencia que merece la extrema violencia de este grupo terrorista.

No puedo olvidar al conflicto olvidado, como lo denomina Amnistía Internacional, la guerra civil de Yemen, que es más que civil pues diferentes países y organizaciones terroristas internacionales intervienen directamente en una guerra que tiene a casi veinte millones de personas necesitando de la ayuda internacional para sobrevivir. Una población civil que sufre continuamente la violación grave de derechos humanos, del derecho internacional humanitario, de crímenes de guerra por ambos bandos y donde la Organización de las Naciones Unidas debería intervenir para poner fin cuanto antes a este conflicto que ya contabiliza tres millones de refugiados y desplazados.

Precisamente la ONU, organismo que nació para garantizar la paz y la seguridad de los estados miembros, debe ser objeto de análisis, básicamente sobre el funcionamiento de su Consejo de Seguridad, sobre todo desde la izquierda internacional. Una izquierda, que ve como pierde fuerza política en este mundo globalizado, y que debería hacer causa común en la defensa de la gobernanza global a través de la ONU en la protección de los derechos humanos que son conculcados diariamente en todas las partes del mundo. Porque la guerra suele ser la culminación de un proceso previo donde tiene mucho que ver la pobreza, la falta de dignidad humana, la ausencia de libertades, la escasa educación y una flagrante desigualdad entre mujeres y hombres.

Desde hace casi veinte años, la paz tiene la ya consideración política de que es mucho más que la ausencia de guerra, como suele recordarnos el Movimiento por la Paz, aunque sea ésta la peor expresión de la miseria humana y política. No puede haber paz sin las mínimas condiciones de desarrollo humano y de educación.

Las escuelas deben ser el origen de esta cultura de paz, una educación en los valores de igualdad, justicia, participación democrática, gestión de conflictos desde un perspectiva de la no violencia y una mayor incidencia en la cuestión de género, en la libertad de hombres y mujeres como requisito imprescindible para una sociedad pacífica, que piense más en el si quieres la paz prepárate para la paz que en el si quieres la paz, prepárate la guerra que ha dominado la historia hasta nuestros días.

Hoy es el Día Internacional de la Paz, un día para no olvidar el drama que sucede en zonas del mundo de las que normalmente no se habla, pero también para reivindicar que no lo obviemos el resto de los días, que la paz, debe ser un derecho humano, una reivindicación continua, una aspiración humana que necesita política en todos los niveles y  que sólo será universalmente posible cuando el ideal de justicia sea el motor que mueva la gobernanza global, la educación el pilar de cualquier sociedad, el desarrollo humano el objetivo inexcusable de todos los gobiernos y la dignidad, la igualdad y la libertad, los principios que rijan las naciones del mundo.