Me contaba hace unos años un historiador que durante la II República española, en los años previos y durante la Guerra Civil española, en los púlpitos de las iglesias los curas se dedicaban a fanatizar, radicalizar y asustar a la gente en las misas, predisponiendo a las masas de creyentes contra el gobierno legítimo de la época, y avivando el odio contra los republicanos y los demócratas (rojos), lo mismo que hizo Hitler contra los judíos.

Y parece que el adoctrinamiento y las tácticas de manipulación de las masas, que diría Gustave le Bon, siguen siendo un arma de la Iglesia para mediatizar la conciencia, no sólo a nivel “espiritual”, de sus adeptos. Y es que, como suele decir Jocelyn Bézécourt, la religión es política. Se ha difundido por los medios en los últimos días un vídeo con la grabación de una homilía en una misa en Madrid del cura aquél que tenía un programa diario en TVE en el que nos hablaba del Evangelio y sus supuestas “bondades”.

Escuchar ese discurso, y más por parte de alguien que dedica su vida a una organización que supuestamente predica el amor al prójimo y que supuestamente se ocupa de la vida espiritual de sus adeptos, aunque con el dinero de todos, es muy duro. Está lleno de odio, de inquina y de un afán claramente manipulador; es un discurso que deja muy claro lo que escuchan los católicos “practicantes” en sus misas, y explica cómo tantas personas decentes pueden ser capaces de mostrar actitudes y aptitudes fundamentalistas y llenas de rencor insano hacia conceptos como derechos humanos, progreso, izquierda política o libertad. Ya lo denunciaba Galdós a finales del XIX en una novela sublime que es una gran crítica a la hipocresía social y religiosa, Doña Perfecta; una novela para releer con mucha atención en la España actual.

Según el cura en cuestión, Ada Colau, a la que califica como “comunista radical”, es la culpable del atentado de Barcelona por no haber puesto en las aceras de las Ramblas bolardos o maceteros. Acusa repetidamente a Colau, y también a Manuela Carmena, de apoyar la libertad de los asesinos e incita a los fieles que le escuchan, “para tener la conciencia tranquila”, a enviar cartas de protesta a los periódicos por la supuesta falta de bolardos y maceteros en las vías centrales de Barcelona y Madrid. No se le ocurrió exponer que los terroristas son fanáticos religiosos que matan por agradar a su dios.

Realmente cuesta creer que discursos de este tipo puedan escucharse sin que nada ocurra al respecto. Cuesta creer que, además, estos sermones sean financiados con el dinero de todos. Es una clara incitación al radicalismo y al odio irracional más exacerbado. Cuesta creer que haya personas con algún tipo de poder mediático que inciten a creer que el atentado terrible de Barcelona es culpa de Ada Colau por no poner maceteros en las aceras y obvie el origen real de este atentado. Porque se trata de terrorismo religioso, algo que raramente se especifica; se trata de radicalismo ideológico promovido por ideas muy parecidas a esas ideas que este cura expone a sus adeptos y seguidores. Ideas que parecen formar parte de una consigna que algunos están vertiendo para utilizar este terrible atentado con fines claramente políticos, y muy macabros. También el alcalde de Alcorcón, del PP, por descontado, ha cargado contra Colau a quien también acusa de “allanar el recorrido” de los terroristas de Barcelona.

Ni el cura de Cuatro Caminos de Madrid ni el alcalde de Alcorcón han tenido en cuenta, por cierto, la relación estrecha de la monarquía española con las monarquías árabes del Golfo Pérsico, como la de Qatar y de los Emiratos Árabes, que, según fuentes diversas, son las que están financiando el terrorismo yihadista. Eso a callarlo, como dios manda. Mejor atacar a Colau y a Carmena, “comunistas radicales”.

Queda en evidencia dónde están el peligro y la radicalidad. Queda en evidencia que las más dañinas tragedias humanas pueden ser utilizadas, sin escrúpulo alguno, con fines políticos. Queda en evidencia lo difícil que es razonar con los intolerantes. Queda en evidencia que el mundo es tan contradictorio que los que hablan continuamente de amor suelen expandir el odio. Y queda, una vez más, en evidencia que, como decía Voltaire, “aquellos que te hacen creer en absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”.