Las vacaciones han permitido a muchos ciudadanos comprobar sobre el terreno la grave sequía que está viviendo el campo español, una situación que en algunas comunidades como Castilla y León ha provocado la peor cosecha de cereal del último cuarto de siglo.

Las organizaciones agrarias calculan que las perdidas en el sector podrían superar los cuatro mil millones de euros a nivel nacional. Y aunque esta sequía no puede asociarse directamente al cambio climático, sí que debería servirnos para tomar buena nota de los graves daños que puede sufrir la agricultura si los modelos climáticos que están elaborando los expertos se cumplen y los períodos de sequía como el que estamos atravesando resultan cada vez más recurrentes y más severos.

Porque más allá del escepticismo oficial, de lo que cada vez existen menos dudas en el campo es que el calentamiento global es la mayor amenaza para los agricultores. Algo de lo que advertía hace más de una década el famoso Informe Stern sobre la economía del cambio climático, publicado en 2006 por el influyente economista Sir Nicholas Stern por encargo del Gobierno Británico.

Este prestigioso trabajo, que califica al cambio climático como “el mayor fracaso del mercado jamás visto en el mundo” hace numerosas referencias a la amenaza que supone para la producción mundial de alimentos, alertando sobre la necesidad de avanzar hacia una agricultura más sostenible para desvincular el avance del cambio climático con la inseguridad alimentaria.

Para su autor, la adaptación al cambio climático, es decir, el hecho de adoptar medidas para incrementar la resistencia y reducir los costes a un mínimo, posee una importancia crucial.

Aunque ya no es posible evitar el cambio climático que estamos sufriendo, sí que es posible proteger en cierto grado la frágil economía rural contra sus consecuencias, proporcionando, por ejemplo, una mejor formación a los agricultores que les permita mejorar la planificación de sus actividades, apostando por unos sistemas de cultivo muchos más eficientes en el uso de recursos tan valiosos como el agua.

En ese sentido, fomentar el mantenimiento de los sistemas que prestan mayores servicios a la lucha contra el cambio climático, los ecosistemas naturales, sería una de las principales aportaciones: adaptar los cultivos a las exigencias del entorno, y no al revés. 

El Informe Stern vino a demostrar que emprender una estrategia global a favor del medio ambiente y en contra del cambio climático es la mayor inversión que podemos llevar a cabo, no solo por lo que supone de alejar la incertidumbre de nuestra economía, sino por las grandes oportunidades de crecimiento y desarrollo económico y social derivadas de las mejoras en eficiencia de todos los sectores, incluido por supuesto el agrícola.

Si los cambios no se producen, si los sistemas de cultivo no se adaptan a los imperativos que marca el avance del cambio climático y seguimos dudando de que sus efectos se estén empezando a manifestar, significará la ruina para el campo.