Leía hace unos días una columna de opinión de David Bollero, colaborador del diario Público, que me hizo, estoy segura, esbozar en mi rostro una expresión de esas que son difíciles de repetir si te lo piden porque expresan, de manera espontánea, varias cosas a la vez. Una ligera sonrisa por la exposición brillante y llena de lucidez (algo, como sabemos, bastante perseguido en la era neoliberal); cierta expresión de indignación, propiciada por el hartazgo supremo de los desmanes del Partido Popular, lo cual ya, para una buena parte de la población, es más que cansancio, es casi una tortura cotidiana; y una muesca sutil de regocijo ante una idea que me pareció justa y necesaria.

Me tomo la licencia, no de parafrasear, pero sí de comentar la reflexión de este sagaz columnista porque confieso que, en medio de los calores veraniegos y de la actualidad rastrera a la que nos tienen acostumbrados, un poco de razón y de sentido común vienen muy bien. Son como un soplo de aire fresco que nos reconcilia con algo tan aparentemente primario y tan infrecuente en el España de hoy como es la decencia y la honradez.

Los desmanes del PP a los que me refería y que comentaba Bollero son, en este caso, muy concretos: El Partido Popular acaba de declarar “de utilidad pública” a varios grupos católicos y antiabortistas que, lejos de ser de utilidad real a la sociedad, constituyen gérmenes de fundamentalismo y de ideas ultraconservadoras cuyas consecuencias políticas y sociales en España se conocen muy bien; se han sufrido durante cuarenta años, y lo que quede; porque como dice el autor de la columna, “impedir que germinen este tipo de agrupaciones es complicado en un país en el que los ultraconservadores, lejos de desaparecer, parecen crecer como setas”.

El Estado no debería dar cobertura a organizaciones, religiosas o no, que promueven la persecución y el odio contra personas que ejercen sus libertades. Al contrario, debería proteger a las personas y a los derechos que las asisten. Es una indecencia más que nos muestra la catadura ideológica y absurdamente confesional de un gobierno que no defiende a los ciudadanos, sino a los que bloquean sus derechos y su bienestar, a la vez que ponen freno a la evolución democrática y al progreso del país con un descaro difícil de asumir.

Proponía David Bollero, en esta tesitura y en el contexto del mismo Artículo 22 de la Constitución española que ampara el derecho de asociación, crear una Asociación Española de Víctimas de Rajoy (AEVR). Y yo me sumo a la iniciativa, aunque con otra asociación más genérica que de amparo a los millones de españoles víctimas de la gestión política indecente, reaccionaria e incompatible con el respeto a los Derechos Humanos del gobierno del Partido Popular (AEVPP).

A algunos seguramente les suene a chiste. Pero no lo es. Si nos ponemos a pensar en serio en los damnificados por las políticas neoliberales del Partido Popular sería complicado encontrar sectores sociales beneficiados por ellas que no sean ellos mismos o las grandes corporaciones, la Iglesia católica o familiares y amigos, sin dejar de mencionar a corruptos, que tanto monta, aunque sea otro cantar.

Hagamos una somera lista a modo de ejemplo, porque si nos metemos de lleno en materia necesitaríamos varios “tochos” de folios que rellenar: ¿Cuántos españoles han muerto por los recortes en Sanidad? ¿cuántos españoles se han suicidado por los desahucios o por el desempleo o la ruina económica?, ¿cuántos ancianos han muerto por desatención o precariedad?, ¿cuántos jóvenes han tenido que irse a otros países para poder trabajar?, ¿cuántas personas de alta cualificación profesional han tenido que exiliarse para poder aspirar a un sueldo digno? ¿cuántos trabajadores están ganando seiscientos euros al mes? ¿cuántos jóvenes se han quedado sin estudiar por el negocio en el que han convertido la enseñanza universitaria? ¿cuántos trabajadores públicos han sido despedidos en el país? ¿cuántos niños están recibiendo una educación vergonzosa con la nueva Ley educativa? ...Y sin protestar, que para eso se hizo la Ley Mordaza.

En esencia, lo que llamamos el neoliberalismo económico que pende sobre nuestras cabezas es la máxima expresión del capitalismo más voraz y libre de mecanismos de control. Parafraseando al gran Eduardo Galeano, “la economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado; los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países”. En ese camino, conviene dar pábulo a la ignorancia y aniquilar cualquier atisbo de humanismo y de humanidad; y conviene resucitar y dar fuerza y bríos a la moral irracional y represora, que tanto monta.