Karl Marx dejó escrito que “la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa”. Esta conocida frase es aplicable a buena parte de quienes, hace ya veinticinco años, hicieron todo cuanto pudieron para obstaculizar y torpedear el gran acontecimiento de los Juegos Olímpicos de Barcelona, con el objetivo obsesivo y único –y por suerte fracasado- de convertirlos en una manifestación del independentismo catalán. Conviene recordarlo ahora, cuando incluso algunos de aquellos saboteadores frustrados de los JJOO de Barcelona’92 pretenden atribuirse una parte del gran éxito que aquel acontecimiento representó para Barcelona, para Cataluña y para el conjunto de España.

Pasqual Maragall, aquel gran alcalde olímpico que luego fue un presidente de la Generalitat con voluntad federalista y del que ahora quieren apropiarse muchos de quienes no solo le combatieron desde la legítima oposición democrática, sino que durante muchos años llegaron incluso a calumniarle, difamarle e injuriarle, repitió muchas veces que “lo que es bueno para Barcelona, es bueno para Cataluña, y lo que es bueno para Cataluña, es bueno para España”.

La de Pasqual Maragall fue siempre, antes y después de ser alcalde de Barcelona y también desde la Presidencia de la Generalitat, una concepción federalista de la España constitucional, una concepción basada en la plena asunción de España como nación de naciones que el socialista segoviano Anselmo Carretero teorizó desde su exilio mexicano y que otros socialistas españoles, desde Gregorio Peces Barba y Felipe González hasta José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, han asumido también como propia, como lo han hecho siempre los socialistas catalanes.

 “Lo que es bueno para Barcelona, es bueno para Cataluña, y lo que es bueno para Cataluña, es bueno para España”

Los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron, en su concepción y diseño global y muy en particular en sus ceremonias de inauguración y clausura, una manifestación imaginativa e inclusiva de barcelonismo, catalanismo y españolismo. De ahí que algunos jóvenes cachorros del nacionalismo catalán –entre otros, nombres hoy tan conocidos como los de Oriol Pujol Ferrusola, David Madí y los recientemente nombrados consejeros del Gobierno de la Generalitat Jordi Turull y Joaquim Forn- intentasen una y otra vez boicotear el acontecimiento para convertirlo en una especie de gran manifestación de propaganda  independentista. De ahí, por poner solo un par de ejemplos, la gran pitada al rey Juan Carlos y al himno español en la inauguración del Estadio Olímpico Lluís Companys, así como la campaña de agitación de “Freedom for Catalonia”.

Pero no fueron solo aquellos jóvenes cachorros quienes intentaron boicotear aquellos Juegos Olímpicos. También desde el Gobierno de la Generalitat, presidido entonces por Jordi Pujol, se pusieron todo tipo de obstáculos. Únicamente la firmeza del alcalde Pasqual Maragall y de todo su equipo, que contaron siempre con el apoyo institucional del Gobierno español presidido por Felipe González, con el exalcalde de Barcelona y primer promotor de la candidatura olímpica Narcís Serra como vicepresidente, impidió que aquellos obstáculos hicieran imposible el enorme éxito que ahora conmemoramos, un cuarto de siglo después.

Transcurridos veinticinco años desde la inauguración de aquellos inolvidables Juegos Olímpicos de Barcelona’92, sin ninguna clase de nostalgia pero mientras uno se limita a constatar cuál es la situación actual de Cataluña, con una sociedad fracturada internamente y enfrentada al resto de España, solo puede coincidir con Karl Marx. Sí, “la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa”.