Llegará algún día, espero y deseo ardientemente que mucho más antes que tarde, en que la ciudadanía española en su conjunto, y de una manera muy especial la catalana, demandará responsabilidades a quienes, a un lado y al otro del Ebro, han consentido o permitido que un simple problema político, por muy importante que pueda parecer, se convirtiera en un instrumento para la fractura de todo un país, en un elemento de confrontación social que tardaremos mucho tiempo en superar.

Me refiero, evidentemente, al grave enfrentamiento que ya se ha producido entre la ciudadanía catalana sobre el reto planteado por el movimiento secesionista. Un enfrentamiento que tiene una derivada no menos grave en el resto de la ciudadanía española, que contempla con creciente preocupación el endurecimiento de las posiciones que se produce en Cataluña.

La sociedad demandará responsabilidades a quienes han consentido que un simple problema político se convirtiera en un instrumento para la fractura de todo un país

Las responsabilidades políticas son evidentes, no solo ni sobre todo por parte de los líderes secesionistas sino también por parte de sus oponentes principales. Todo ello sin olvidar a los responsables que se encuentran en el conjunto de las fuerzas políticas tanto catalanas como de toda España, a todos los medios de comunicación de una y otra parte, y sin duda alguna también a unas sociedades civiles que, encabezadas por las organizaciones empresariales y sindicales, pero sin olvidar a las principales instituciones financieras, se han querido mantener en una fluctuante posición equidistante en todo este ya muy largo conflicto. Corresponde una mención especial a aquellos que, como referentes culturales e intelectuales, deberían haber tenido el coraje necesario para poner en marcha un debate que incitara al diálogo y no al enfrentamiento, que propusiera modos de transacción que facilitasen el acuerdo.

Cuando nos encontramos ya en lo que parece que será la definitiva recta final de este viaje a ninguna parte, a la espera de lo que nos deparen las pocas semanas de verano que nos separan de la cita del próximo día 1 de octubre, la tensión ambiental crece en Cataluña por momentos.

Cualquier salida de tono, por mínima que sea, puede provocar una explosión. Haber llegado hasta aquí es ya mucho más que un disparate; es una aberración política y social, responsabilidad de unos y otros, maquinistas de dos convoyes ferroviarios que saben que, en un momento u otro, por mucho que crean circular por vías paralelas, acabarán encontrándose frente a frente y se verán de un modo u otro obligados a frenar, aunque solo sea mediante el recurso al freno de emergencia.