En los albores de PlayStation, cuando todavía muy pocos habían decidido salir de su zona de confort y probar con la novedosa consola de Sony, un frenético marsupial acabó asentando las razones para dejar atrás la oferta clásica de Nintendo y SEGA. Crash Bandicoot hizo de Cicerone en una época en la que las otras consolas tenían a Mario y Sonic de embajadores, y acabó ganándose los corazones de miles de jugadores que le convirtieron en uno de los emblemas de su infancia.

La relevancia de Crash Bandicoot, sin embargo, se quedó en la consola gris de PlayStation. La experiencia, sin embargo, asentó las bases de una desconocida Naughty Dog, capaz de parir la primera gran trilogía de PlayStation (Crash Bandicoot, Crash Bandicoot 2 Cortex Strikes Back y Crash Bandicoot 3: Warped) en poco más de tres años. Luego, la empresa californiana usaría sus conocimientos para traer una saga para cada nueva generación: Jak & Daxter para PlayStation 2; Uncharted para PlayStation 3 y un The Last Of Us que ya estaba más cerca de PlayStation 4 que de la consola anterior.

He de reconocer que mi primer acercamiento a Crash Bandicoot N. Sane Trilogy no fue agradable. Fue a través de un amigo, enamorado del olvidado mundo de las plataformas y posiblemente el primer ser humano en comprar la remasterización de Vicarious Vision, distribuida por Activision. Gracias a la tecnología de Share Play, sin moverme de mi casa pude probar la copia de su consola. Fueron 30 minutos de frustración y de plantearme mi propia identidad de jugador de videojuegos.

Durante esa media hora, manejar a Crash se me hizo un reto imposible en el que era incapaz de encadenar dos saltos seguidos. Por un segundo, pensé que años de autoguardado y pantallas en rojo con daños que se curan solos habían atrofiado mis habilidades. Que ya no quedaba nada en mí del chaval que se pasó la trilogía hace dos décadas.

Pero todo eso se esfumó al tener en mis manos la copia de Crash Bandicoot N. Sane Trilogy. Empezando desde el principio, la sensación era la opuesta. Una vez que te haces con los controles de manera progresiva y recuerdas el timing de los saltos de Crash en la primera pantalla, la impresión es de fluidez absoluta y la mecánica te desafía y engancha de la misma manera que en la primera PlayStation.

Sin embargo, no se puede negar que Crash Bandicoot N. Sane Trilogy es un juego que reta al jugador, sobre todo al que tiene desde hace años oxidada su capacidad para enfrentarse a las casi desaparecidas plataformas. De hecho, mi ilusión de haberme convertido en un portento de los mandos terminó en cuanto llegué a la pantalla de Wild Hog y me dejé mis valiosas 25 vidas a lomos del jabalí.

A ello ha contribuido la remasterización del juego, que ha cambiado algunos pequeños detalles que pueden poner las cosas más difíciles al jugador, como eliminar ciertos checkpoints de la versión original o el hecho de que a las fases de bonus no se acceda automáticamente al recoger el tercer token de turno, sino a través de una plataforma (y creedme que alguna que otra vez me he caído de ella). Pero también existen otras facilidades, más acordes a los tiempos modernos, en los que ya no hay que preocuparse de borrar a tu hermano sus 100 horas de Final Fantasy VIII de la Memory Card. En N. Sane Trilogy el grabado es automático y se realiza al finalizar cada nivel. Se acabó eso de buscar tokens para guardar o apuntar listas de códigos.

Otra de las novedades es la posibilidad de usar a Coco, la hermana de Crash Bandicoot, en prácticamente todos los niveles de la saga. La alternancia de héroes sólo se limita a pantallas diseñadas en exclusiva para ellos (como la desafiante del jabalí).

Aunque la principal baza es el rediseño artístico del nivel gráfico, que vuelve a enamorar con sus toques tribales, ahora elevados al nivel HDR y con re-escalado a 4K para los usuarios de PlayStation PRO. Una oportunidad fantástica para disfrutar de los cientos de muertes cómicas con las que cuenta Crash o el carisma que impregna sus gestos cuando dejas el mando parado durante un tiempo. Por no hablar de lo emotivo que es ver en alta calidad a jefes míticos Papu-Papu o Ripper Roo.

Se trata de un regalo para los nostálgicos y los amantes de lo retro, tan de moda ahora. Sin embargo, se ha convertido ya en el juego más vendido de junio, aunque salió a la venta el último día del mes, por lo que el fenómeno quizás también alcance a las nuevas generaciones. Hasta el punto de que esperemos que ya no queden excusas para darnos un Crash Team Racing o que se pueda abrir la puerta giratoria a otras sagas históricas que bien merecerían volver a nuestras vidas, como Dino Crisis, Burnout (en formato Takedown, con pantalla partida), incluso volver a pisar las calles de Raccoon City en un revival de Resident Evil 2. Pero, sobre todo, ya va siendo hora de que alguien resucite -otra vez- a Sir Daniel Fortesque para ponerse al frente de un Medievil remasterizado.