Tantos años escribiendo artículos criticando la presunta mala fe y corrupción de la inmensa mayoría de los dirigentes del PP y resulta que estaba equivocado, que he estado acusando de delincuentes a quienes no son más que víctimas de un fenómeno paranormal. La ciencia deberá ser quien dé la solución, pero parece claro que el número 13 de la calle Génova de Madrid, es una especie de triángulo de las Bermudas donde en vez de desaparecer barcos y aviones, lo hace la memoria.

Arenas, Cascos, Oreja y Rodrigo Rato, no recuerdan absolutamente nada de lo que ha ocurrido estos últimos años en la sede del partido. Bueno sí, se acuerdan de algunos chascarrillos, de algunas victorias y derrotas, y de las veces que Esperanza Aguirre se ha retirado definitivamente y para siempre jamás de la política, pero de cómo funcionaba la organización, con qué dinero se pagaban las campañas electorales, las obras, a los empleados y de dónde salían los billetes de 500 que aparecían en los sobres que Bárcenas les entregaba de forma regular, ni idea; por no recordar, no recuerdan ni los sobres. 

Cierto es que ellos, al fin y al cabo, eran simplemente los que más mandaban justo por debajo de Mariano Rajoy, pero ya se sabe que eso de mandar está muy sobrevalorado, y que un secretario general es mucho más secretario que general. No es de extrañar que su percepción de cómo va España sea mucho mejor que la del resto de los españoles, porque a ellos que no tienen el mínimo interés por el peculio, nuestro país les provee de una lluvia de millones que parece no tener fin. Seguro que, en su inocencia, piensan que el resto de sus conciudadanos somos o unos quejicas compulsivos o unos redomados inútiles. 

Fíjense ustedes a qué grado ha llegado la amnesia de los dirigentes del Partido Popular, que  Luis  Bárcenas que hace dos días era un mentiroso, un ladrón y un extorsionador, es ahora una víctima de Álvaro Lapuerta, el único de todos ellos con una demencia certificada clínicamente. Y es que de eso es de lo único que se acuerdan, de que había un tesorero que se llamaba Álvaro Lapuerta, que al parecer era muy malo, y que obligaba al buenazo de Luis-sé-fuerte a cometer actos impuros, aunque lo que se dice a ciencia cierta, la verdad es que no se acuerdan, no les consta. 

Habrá que esperar a que declare Mariano Rajoy y que su portentosa memoria de registrador no le falle como al resto de sus compañeros. Otra cosa es que luego, al intentar expresarse, le salga alguna frase en un mínimo orden inteligible. Pero con la de años que ha pasado Mariano dentro de la sede de Génova 13, la verdad es que quedan pocas esperanzas de que sea capaz de recordar algo más que su nombre de pila. 

Así que, para superar la sensación de gilipollas que nos ha quedado a buena parte de los españoles, no nos va a quedar más remedio que peregrinar a la sede del PP a ver si las fuerzas paranormales atacan sólo a los delincuentes o si también actúan sobre gente honrada.