En una ola de calor insoportable en pleno mes de junio (aunque Trump, Rajoy, su primo y el resto de secuaces neoliberales nieguen el cambio climático) resulta muy oportuno decir que, en lenguaje denotativo o literal, estamos todos de cara al sol. En lenguaje connotativo o figurado, sin embargo, muchos no estamos en ese lugar simbólico al que nos remite ese medio verso del himno de la Falange.

Se trata de un himno que también fue y sigue siendo utilizado como uno de los himnos oficiales del franquismo, y que fue ideado por José Antonio Primo de Rivera, con música de Juan Tellería y con letra del propio Primo de Rivera, Agustín de Foxá y otros autores vascos que se devanaron las neuronas para crear un panfleto de tanta sofisticación moral e intelectual; por la otra punta, claro. Así de lerdos suelen ser los himnos fascistas y nacionalistas, como son los propios fascistas y nacionalistas.

Es un himno obsoleto que ensalza esos valores patrios tan abstractos tras los que se esconde una ideología tirana, intolerante y antidemocrática; es en España lo mismo que en Alemania el himno nazi (Horst Wessel Lied, La bandera en alto). Es el himno que durante los cuarenta años de la dictadura se convirtió en el bastión musical del pensamiento único, y  que se hacía cantar a los niños en las escuelas con el saludo fascista, con brazo en alto, a modo de adoctrinamiento. Es algo que recuerdan todos los españoles que se educaron en el franquismo. Y es un himno, en definitiva, que avergüenza a cualquiera que se considere mínimamente tolerante, mínimamente humanista o mínimamente demócrata.

Es un himno obsoleto que ensalza esos valores patrios tan abstractos tras los que se esconde una ideología tirana, intolerante y antidemocrática

Pues bien, el pasado 22 de abril fue enterrado en Nerja un exministro franquista, Utrera Molina, suegro del también exministro de Justicia del Partido Popular Ruiz Gallardón. Durante las exequias se entonó el “Cara al sol” y vítores de “Viva Franco”. Es lógico, de algún modo, que en un acto tan personal y privado se den muestras de la ideología que, con toda probabilidad, compartían el exministro de Franco y sus familiares y amigos. Pero me solivianta la idea de que murió Franco, pero no murió el franquismo. Y me espanta, igualmente, la evidencia de que en algunos ámbitos de este país no ha habido, ni probablemente habrá, evolución ideológica alguna que les lleve a superar unos esquemas tan intolerantes y liberticidas como peligrosos.

En esta tesitura, ante la pregunta al Gobierno en el Congreso del portavoz de En Comun Podem, Xavier Doménech, sobre si es o no partidario de que “sigan existiendo muestras públicas de apoyo al régimen dictatorial de Francisco Franco”, el Ejecutivo de Rajoy, en una escueta nota que envió a Europa Press, responde que “el Gobierno no comparte semejantes manifestaciones...”, pero además aclara que “tampoco comparte las muestras de apoyo que suscita cualquier régimen dictatorial". Se refieren, por supuesto, a las difamaciones constantes que promueven los medios afines a la derecha y al Partido Popular contra Podemos por, supuestamente, simpatizar con los regímenes venezolano y cubano.

Ni el Gobierno de Rajoy, ni, por supuesto, el Partido Popular y sus voceros mediáticos se cuestionan, sin embargo, las grandes alianzas y simpatías de la derecha, la monarquía y otros grupos de poder españoles con países y mandatarios que vulneran constantemente los Derechos Humanos más elementales, como Marruecos o Arabia Saudí. Y, como vemos, responden ante el enaltecimiento público del totalitarismo, de manera escueta y muy poco clara, sin posicionarse al respecto de un modo convencido y convincente.

Ni Rajoy ni el PP y sus voceros se cuestionan las grandes alianzas y simpatías de la derecha, la monarquía y otros grupos de poder españoles con países y mandatarios que vulneran los Derechos Humanos

Lo preocupante del asunto no es tanto una manifestación puntual del pensamiento fascista, sino la impunidad en este país de los que defienden públicamente la dictadura y el pensamiento totalitario, lo cual, a pesar de ser delito supuestamente, es algo que está en sintonía con muchos quebrantamientos de los derechos democráticos que están ocurriendo, en este país, desde que llegaron al poder los neoliberales.

Recordemos que el enaltecimiento del franquismo no es un delito gracias al Partido Popular que, con su voto en contra, no dejó prosperar una propuesta de PSOE, Izquierda Plural y otros grupos que pretendía incorporar al Código Penal las conductas que enaltezcan el franquismo. Está, realmente, todo muy claro.

Ante tanto despropósito no queda más camino que ejercer de ciudadano y exigir, que no esperar, democracia por parte de los representantes públicos. Como decía Ana María Matute, la democracia hay que defenderla día a día, sin bajar la guardia.  Y, como decía Oscar Wilde, sólo dos cosas han hecho progresar al mundo: la desobediencia y la rebeldía.