Una creciente sensación de vértigo se extiende en amplios sectores de la ciudadanía de Cataluña a medida que nos acercamos al tantas veces anunciado choque de trenes entre el Gobierno de España y el secesionismo catalán. Una y otra parte consideran ya agotada toda posibilidad de diálogo. Un diálogo que no ha existido nunca, que unos y otros han rechazado al encastillarse con tozudez en sus posiciones. La única posible vía de solución, la célebre Tercera Vía que algunos hemos defendido desde hace ya muchos años, pasaba por algo tan simple como que ambas partes de una vez asumieran, con todas sus consecuencias, el lema del último acto celebrado hasta la fecha por la transversal asociación cívica “Puertas Abiertas del Catalanismo”: “No contra la ley, pero no solo con la ley”.

Al frente del movimiento secesionista y con los únicos apoyos de su propio grupo parlamentario de Junts pel Sí –esto es, del PDECat que sustituye a la antigua CDC, ERC, algunos independientes y escindidos tanto del PSC como de UDC- y de la CUP, el presidente Puigdemont se ha lanzado ya por la vía de la unilateralidad. Se trata de una opción de abierta insurgencia: convocatoria de un referéndum de autodeterminación y, si esta consulta no puede llegar a celebrarse porque el Gobierno español lo impide, proclamación inmediata de la independencia.

Con absoluto desprecio para la legalidad vigente en nuestro país, que es la de un Estado de derecho democrático homologable a cualquier otro de nuestro entorno, la vía de la unilateralidad asumida por el secesionismo catalán no solo no cuenta con ningún respaldo exterior sino que se va quedando cada día con menos apoyos en Cataluña y, ni que decir tiene, en el resto de España. Solo PDECat y CUP apoyan esta opción insurgente, rechazada desde siempre por C’s, PSC y PP y rechazada ahora también por la confluencia catalana de Podemos, que tiene como principal referente a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y también a los restos de ICV y EUiA.

El movimiento secesionista se está marcando goles en su propia puerta. Sus dirigentes, entonces con Artur Mas a la cabeza, no solo se negaron a reconocer que habían fracasado en su plebiscito de las últimas elecciones autonómicas, en el que solo alcanzaron el 48% de los votos válidos, sino que desde aquel momento han seguido empeñándose en seguir una vía que saben que de antemano está condenada al desastre.