Últimamente escuchamos con cierta frecuencia hablar de quién tiene, o no, cultura política socialista. En realidad la cultura socialista no está establecida de una forma fija y acabada que, además, podamos definir fácilmente. Se trata, sin duda, de un concepto muy amplio, que abarca muchos aspectos de la vida del PSOE, que van desde los símbolos hasta la forma en que nos tratamos en nuestras reuniones. También forman parte de la cultura socialista las expectativas que tenemos sobre la relación entre los líderes y los militantes, o respecto a lo que podemos esperar legítimamente de un compañero. 

Cuando escucho a algunos compañeros y compañeras decir que, una vez elegido un líder, todos tenemos que obedecerlo, me pregunto qué pensarían si alguien dijera lo mismo del presidente del Gobierno. Probablemente, nos dirían que la persona que hace esa afirmación no tiene cultura democrática, pero nos dirían también que un partido es distinto de un país. Quienes hacen esa distinción, puede que hasta sin saberlo, tienen una cultura leninista de la organización, pero no una cultura socialista. El PSOE tiene una cultura democrática no solo por obligación constitucional sino porque es la esencia de su proyecto político.

Somos una organización política, de ciudadanos, de militantes, pero no de militares

 Por eso, no es fácil ser secretario general del PSOE, como no es fácil ningún liderazgo político en una democracia. Es verdad que los socialistas usamos coloquialmente los términos militante, militancia y militar, pero a lo que nos referimos con esas palabras es a una forma intensa de compromiso cívico. Somos una organización política, de ciudadanos, de militantes, pero no de militares. En el PSOE no se manda como en un cuartel, ni como en una empresa.

En efecto, no es fácil liderar al PSOE. Algunos jóvenes, y también algunos veteranos, con ambición por el liderazgo, sólo ven las luces del poder, los grandes aplausos de los que asisten a los mítines, los abrazos y el reconocimiento. De cerca, la realidad es otra. Durante los cuatro años que José Luis Rodríguez Zapatero fue el líder de la oposición, fui su jefe de gabinete. Un secretario general del PSOE, que no es presidente del gobierno, prácticamente solo tiene un instrumento para dirigir la organización: la persuasión. Realmente, como presidente del Gobierno de una democracia tampoco tiene muchos más. De modo que, o persuades y convences, o no lideras. Porque ni el PSOE es un partido de ordeno y mando, ni los socialistas somos dados a renunciar a pensar con nuestro propio cerebro. Así que, aunque algunos no lo recuerden, Rodríguez Zapatero era obedecido por los miembros de su ejecutiva, los secretarios de las federaciones, o los miembros del Comité Federal, cuando los convencía. Mientras tanto, tenía que aceptar las críticas que sufre el líder de cualquier institución democrática. Lo que hacía con su proverbial talante. 

En cierta ocasión, Rodríguez Zapatero, ya siendo presidente del Gobierno, le expresó al secretario general de la federación de Madrid que sería bueno que renunciara a ser candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Como es sabido, Tomás Gómez le dijo que no. Hubo muchos compañeros y algunos creadores de opinión que se rasgaron las vestiduras: “¡¿cómo se atreve a decirle que no?!”. Todos leninistas, y la mayor parte sin saberlo. En mi caso, que era miembro de la ejecutiva de Rodríguez Zapatero, en lugar de escandalizarme por la supuesta desobediencia de Tomás Gómez, me puse de su parte. Y así se lo anuncié al presidente Rodríguez Zapatero, que me respondió que estaba en mi derecho, no solo de ponerme de parte del dirigente madrileño, sino, por supuesto, de ayudarle a ganar las primarias. Porque ese fue el método que Rodríguez Zapatero y Tomás Gómez acordaron para tomar la decisión. 

Tomás Gómez y sus compañeros ganaron aquellas primarias. Y desde entonces no dejé de trabajar con él para ayudarle en su combate contra la derecha más tramposa y más tóxica de nuestro país. Fue un combate muy desigual. Hoy algunos ven más claro lo que entonces ya era evidente, las ramificaciones del poder de la derecha madrileña en la prensa y en la justicia. Un buen ejemplo de cómo actúa la derecha es lo que le sucedió a la secretaria de organización del PSM y ex alcadesa de Torrejón, condenada a inhabilitación para desempeñar cargo público por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Un año después de esa condena, fue absuelta por el Tribunal Supremo con todos los pronunciamientos favorables. Hoy, casi nadie recuerda que a la portavoz socialista en la Asamblea de Madrid la expulsó el presidente de la Asamblea, suspendiéndola de su condición de parlamentaria durante un mes, por denunciar la corrupción de Ignacio González. Casi nadie lo recuerda porque una parte de la prensa ocultaba la labor de oposición del PSOE en Madrid, y otra difundía las noticias falsas sobre Tomás Gómez que suministraba la derecha política, mediática y judicial madrileña. 

Aunque ahora se presenta como el candidato de la militancia, lo cierto es que en el origen de cualquier trayectoria política siempre hay alguien que te presta un cierto capital político inicial. Tomás Gómez, junto con otros compañeros, le prestó ese capital inicial al último secretario general federal del PSOE y ahora de nuevo candidato. Y antes de que se lo prestara Tomás Gómez se lo prestaron desde Ferraz para ser concejal y diputado, porque lo cierto es que el último secretario general federal del PSOE, y ahora candidato, nunca tuvo muchos apoyos entre sus compañeros madrileños. 

El último secretario general sintió que no le obedecían como él había imaginado y comprobó que los socialistas esperan ser persuadidos antes que sometidos

Una vez elegido, el último secretario general de los socialistas españoles sintió que los compañeros y compañeras no le obedecían como él había imaginado, es decir, comprobó que los socialistas esperan ser persuadidos en lugar de sometidos. De modo que puso en marcha una operación para reforzar su poder, o mejor dicho, la imagen de su poder. Cuenta Hannah Arendt en su libro “La crisis de la República”, hablando del desastre que fue la Guerra de Vietnam para los norteamericanos, que se puede hacer una guerra para ocupar un territorio, para ayudar a un amigo, pero que los norteamericanos habían hecho una guerra para producir una imagen, “algo nuevo en el gran arsenal de humanas locuras que registra la Historia”. 

Envió un mensaje de intimidación cortando la cabeza de Tomás Gómez

Para producir una imagen de autoridad, el último secretario general de los socialistas españoles, y ahora de nuevo candidato, aprovechó una campaña mediática auspiciada por Ignacio González para destituir al líder de los socialistas madrileños. Como en la leyenda de la Campana de Huesca, el último secretario general federal del PSOE, y ahora de nuevo candidato, quiso enviar un mensaje de intimidación a todos los secretarios generales de las federaciones cortando la cabeza política del líder madrileño. Tomás Gómez no era un barón, puesto que no había heredado el cargo de sus padres, sino que había sido elegido secretario general por sus compañeros de la federación socialista madrileña, una de las federaciones más numerosas del PSOE. El secretario general federal, y ahora de nuevo candidato, lo destituyó por un procedimiento sumario, sin ningún tipo de garantías jurídicas ni estatutarias. Lo hizo con un golpe, que algunos medios de comunicación calificaron de manera infame como un golpe de autoridad. La complicidad de unos pocos, el temor de otros a que, aún inocente, la justicia pudiera imputarlo para desimputarlo unos meses más tarde, y la indiferencia de los más, contribuyeron al éxito de la operación.

Hay quien dice que estas prácticas las hace todo el mundo en el PSOE, pero no es cierto. En cuarenta años de militancia he visto el juego agresivo de la política democrática también en la vida interna del partido, pero hay una diferencia entre ir a dar una patada al balón e ir, directamente, a dar una patada a la cabeza. Es muy distinto que te llamen para que no te presentes a un cargo, o que promocionen a alguien que lo merece menos, que, siendo completamente inocente, en una rueda de prensa te acusen de corrupto y te destituyan de un cargo electivo por un procedimiento sumarísimo. Esto último no forma parte de la cultura política socialista, sino que la destruye, porque rompe las expectativas de lealtad entre nosotros. Si convalidamos ese comportamiento, a partir de ese momento la desconfianza y la inseguridad minarán la organización. Quién se esforzará si el trabajo de años de muchas personas puede arruinarse injustamente en un momento para mejorar la imagen del líder. El día que destituyeron injustamente a Tomás Gómez como secretario general, arruinaron injustamente su reputación personal y disolvieron los órganos de dirección y control político regionales de Madrid. Destruyeron el trabajo y los equipos que se habían formado durante años sólo para dar una imagen. Por otro lado, y para colmo de felicidad, el secretario general federal podía “mandar” en su propia federación, en la que nunca tuvo éxito, aunque para ello hubiera tenido que acabar con la democracia interna y con las expectativas de lealtad y solidaridad que debemos tener entre compañeros. 

Dice Hannah Arendt que el peligro de la mentira en política es el autoengaño, “el engañador autoengañado pierde todo contacto, no sólo con la audiencia, sino con el mundo real, que, sin embargo, acabará por atraparle porque de ese mundo puede apartar su mente pero no su cuerpo”. Cuando el anterior secretario general del PSOE, y ahora de nuevo candidato a la secretaría general, pidió su aval a los compañeros y compañeras de Madrid quedó segundo, detrás de Susana Díaz. La imagen de poder que quiso transmitir destruyendo política y civilmente a Tomás Gómez, se disipó como el humo a la hora de pedir los avales en su federación. 

Si creen que ahora va a respetar los derechos de los militantes están peligrosamente equivocados

Los que creen ingenuamente que quien no respetó los derechos de un secretario general de una federación, para intimidar al resto de los secretarios generales, va a respetar los derechos de los militantes de base están peligrosamente equivocados. Lo que hizo con un secretario general lo hará con cualquiera cada vez que le convenga, y siempre encontrará una excusa para justificarlo. 

Después de destituir a Tomás Gómez al frente de los socialistas madrileños, el secretario general federal del PSOE, y ahora candidato, lo quitó de la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid aduciendo que tenía malas perspectivas electorales. Unos meses después, en diciembre de 2015, el secretario general federal se presentó a la presidencia del Gobierno de España por la circunscripción de Madrid, y quedó el cuarto. Es decir, que cuando se midió con Rajoy, Iglesias y Rivera, cara a cara, liderazgo a liderazgo, quedó detrás de todos ellos. La cultura socialista establece que quien nos dirige sea más exigente consigo mismo que con los demás. Si echó a Tomás Gómez por tener malas perspectivas electorales, debió irse cuando él cosechó la peor derrota de nuestra historia en el mismo contexto político y geográfico en el que peleaba Tomás Gómez.

El últimos secretario general quedó cuarto en Madrid.  Si echó a Gómez por malas perspectivas electorales, debió irse cuando él cosechó la peor derrota de nuestra historia

Sin duda, los compañeros y compañeras pueden convalidar estas prácticas y esta cultura de liderazgo en las primarias del próximo domingo, pero incluso si consiguieran ser mayoría, no  lograrán que esto se pueda considerar como parte de la cultura socialista. Quizá esta sea la razón de la tensión que vivimos en estas primarias, porque no es sólo el liderazgo lo que decidimos, sino nuestra propia identidad, nuestra propia cultura política.