Haciéndome eco de un sentir bastante generalizado en las sociedades más o menos civilizadas y democráticas, escribí un artículo publicado en este mismo periódico con el título “El dedo índice” en el que, pocos días antes de la toma de posesión de Donald Trump como “jefe del mundo”, vaticinaba que “los valores, principios y actitudes democráticas están hoy amenazados, intimidados, señalados o, directamente, encañonados por el dedo índice de la mano que se posará sobre un libro sagrado para jurar solemnemente el cargo de presidente” y que “lo realmente desconcertante, paradójico y hasta extravagante de esta situación es que el anunciado poder destructivo del que gozará a partir de esa fecha este personaje grosero, soez, xenófobo, misógino, irreflexivo, machista, paranoico y de actitud belicista y talante autoritario le ha venido otorgado, en una gran medida, por los que, ¡sin lugar a ninguna duda!,  serán sus propias víctimas.”

Hoy, cien días después y a pesar de que Trump no ha conseguido sacar adelante casi ninguna de sus principales promesas electorales, que enunció con burdos y simplones eslóganes que convencieron a personas de medianas entendederas o escasamente informadas a las que mediatizó en su decisión con la amenaza de que venía el lobo, cuando éste estaba ante sus narices y lucía sofisticado tupé rubio y rosácea piel; cien días después, reitero -¡aunque parecieran cien noches!-, han sido suficientes para evidenciar el peligro que supone la permanencia de este personaje como máximo responsable del puesto de mando de su país y como influyente instigador de las decisiones políticas del mundo supuestamente civilizado.

Los norteamericanos menos afortunados que le votaron pensando que velaría por sus intereses -¡había proclamado vehementemente ser un “antisistema”!- pudieron comprobar a las primeras de cambio que el equipo de gobierno del que se rodeó estaba integrado por magnates de las finanzas, ejecutivos millonarios y directivos de multinacionales cuyas pretensiones en el poder deben estar bastante alejadas de las que a ellos les inquietan y desvelan. La confirmación la han tenido recientemente cuando su presidente les ha anunciado la “mayor rebaja de impuestos de la historia” que beneficiará, principalmente, a los más ricos y a las empresas -incluidas la suyas-, medida que, junto con el sustancial incremento de los gastos en “guerra”, propiciará por la merma de recursos públicos para gasto social, un evidente perjuicio a los más desfavorecidos del “sistema”; entre los que se encontrarán, a buen seguro, muchos de los que apoyaron su elección. 

Pero si gran parte de sus conciudadanos están defraudados y alertados por las decisiones presidenciales que les afectan directamente en su devenir cotidiano ¿cómo nos debemos sentir el resto de los habitantes del mundo cuando observamos el papel de “sheriff” universal que se ha auto-otorgado al margen de cualquier organización supranacional o cuando de forma unilateral echa gasolina al fuego existente en Siria y Afganistán o amenaza con una “actuación contundente” a Corea del Norte y envía a la zona una flota nuclear?

Vista la situación a la que nos ha abocado el presidente norteamericano, sería deseable que el próximo día 7 los franceses actúen con cierta sensatez ante las urnas y no elijan a una sosias de este personaje en Europa con galones de lugarteniente y mando en plaza.  ¡Esperamos expectantes y acongojados!