Como todos los años, ante el inicio de la temporada estival de desplazamientos por carretera, las autoridades del tránsito han iniciado una nueva campaña de concienciación dirigida a los automovilistas con el propósito de reducir el número de accidentes y detener una de las principales causas de mortandad en nuestra sociedad.

Sin embargo, y aunque nuestra propia seguridad y la de quienes viajan con nosotros son el principal motivo para repensar nuestro modo de circular con el vehículo, existen otra serie de principios, cómo los relacionados con la ecología, a los que debemos atender para modificar los hábitos de conducción y reducir la velocidad.

Porque aunque existen circunstancias ajenas al comportamiento de los automovilistas (mal estado de algunas carreteras, señalización incorrecta o saturación de tráfico, entre otras) lo cierto es que el exceso de velocidad no sólo supone una de las primeras causas de accidente, sino el principal motivo de derroche energético del vehículo.

Algo que contrasta con la petición de quienes reclaman un aumento en los límites de velocidad para sacar un mayor partido a la potencia de motor que ofrecen los modelos actuales, que a pesar de ser cada vez más limpios, eficientes y ecológicos, pierden buena parte de esa eficacia cuando se superan los límites adecuados.

En contrapartida a esta propuesta, y argumentando que la mayor potencia de los vehículos no es para correr más sino para conducir a menos revoluciones y alargar así la vida del motor, la Federación Europea para el Transporte y el Medio Ambiente lleva años reclamando, por razones de seguridad vial pero también de ecología y salud pública, una reducción de las velocidades máximas en toda la UE que establezca los límites en los 100 km/h para autopistas y autovías, 80 km/h en carretera, 50 km/h en vías urbanas y 30 km/h en el interior de las poblaciones.

La adopción de este cuadro de velocidades contribuiría de manera notable a detener el deterioro ambiental que causa la emisión de gases procedentes de los tubos de escape y sería una de las medidas más eficaces para cumplir los compromisos de reducción de gases con efecto invernadero suscritos por la UE en el Acuerdo de París.   

Según los estudios de consumo disminuir la velocidad de marcha de 120 a 90 km/h supone un ahorro de un 25 % de combustible. Eso sin olvidar que los esfuerzos mecánicos del automóvil para alcanzar una velocidad superior a los 100 km/h superan la eficiencia energética y se traducen en derroche y desgaste además de multiplicar el riesgo de accidente.

Otros motivos cómo el incremento de la contaminación acústica derivado del exceso de velocidad o la alta mortandad de fauna salvaje por atropello (principal riesgo de extinción ya para algunas especies) se verían paliados si redujéramos un poco nuestra velocidad de circulación. Seguridad, ecología y economía son tres buenas razones para levantar el pié del acelerador.