Vaya de antemano que a mí, ni a nadie de mi equipo, que yo sepa, jamás le ha amenazado nadie de Podemos. Y no creo que seamos un medio que le baile el agua al partido de Pablo Iglesias, al igual que tampoco les hemos hecho ninguna crítica que no creyésemos justificada y ponderada. Nuestras relaciones con sus equipos de prensa siempre han sido cordiales cuando hemos tenido que acudir a ellos para contrastar alguna información. Todo lo cordiales, por supuesto, que deben ser entre un periodista y aquellos que, en mayor o menor medida, ejercen el poder.

Sí es cierto que, desde su nacimiento, Podemos ha mantenido una relación con la prensa un tanto peculiar. Algo que, sin embargo, puede estar en parte justificado por haber sido el partido que más desinformación y manipulación han sufrido. Aunque también fomentado por su relato ideológico de la casta, motor vital del partido, que hace que metan en ese saco a grandes empresas de comunicación que cuadran dentro de su discurso sobre el establishment.

Este discurso también ha influido en sus seguidores y simpatizantes, de manera que cualquier información crítica hacia Podemos siempre reciba una furibunda contestación en redes sociales, donde el partido ha sabido moverse como pez en el agua. El fenómeno de los fanboys siempre ha acompañado, para bien o para mal, a Podemos, aunque hay que reconocer que también existía antes con el PP y el PSOE, pero se ha ido diluyendo en paralelo al desprestigio que han sufrido ambos partidos. Por el contrario, no conozco a nadie que se declare hincha de Ciudadanos, y quizás por eso así les va.

También hay que reconocer que esa actitud de outsider se la ha granjeado Pablo Iglesias y se le ha criticado por ello, incluso en esta columna, donde se le afeó su conducta con Eduardo Inda. No comulgo con Inda en la mayoría de las cuestiones, pero me pareció intolerable que quien aspira a gobernar un país se rebajara a llamar “pantuflo” a un periodista con semejante actitud chulesca. Y lo mismo se aplica a su comentario de hace sólo unos días, en Salvados, cuando calificó a Inda de “basura”.

De hecho, hace nada, nosotros hemos vivido en persona la actitud crítica de Pablo Iglesias hacia los medios. Pero hay una diferencia abismal entre amenazar o insultar y criticar, porque la libertad de expresión también ampara a los políticos, que “son seres humanos con sentimientos”, o al revés, que diría Rajoy.

Ahora bien, el comunicado sorpresivo de la APM vulnera cualquier principio deontológico desde el mismo momento en que esconde las supuestas pruebas de las amenazas de Podemos y cuando personaliza las críticas en una formación en concreto. No hay objetividad, no hay datos, es un “dicen que…”. Es tirar la piedra y esconder la mano.

Y sólo lleva a preguntarse dónde estaba antes la APM. Con su campaña #SinPreguntasNoCobertura, en plena infamia del plasma de Mariano Rajoy, el comunicado fue aséptico, sin cargar las tintas con el partido en el Gobierno y acosado por la corrupción. Pero hay muchos otros casos que se pueden recordar.

¿Dónde estaba la APM cuándo la policía del ministro del Interior se plantó en la sede de Público sin orden judicial? ¿Y cuando Rafael Hernando amenazó a Jesús Cintora con un “usted sabe lo que hace”, como preludio de su despido en Las Mañanas de Cuatro? ¿O el revival de Javier Maroto avisando a Javier Ruiz, sustituto de Cintora, de que iba a “tener que llamarle la atención”? ¿Dónde estaba la APM?