Hace unos días, la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo desestimó el recurso presentado por Baltasar Garzón contrauna solicitud, que ya había rechazado el Gobierno de Mariano Rajoy Brey, en la que pedía trasladar los cuerpos de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera fuera del Valle de los Caídos.

En aquel escrito, firmado por Garzón y los abogados Manuel Ollé y Eduardo Ranz, se pedía la reconversión del Valle de los Caídos en un “Espacio de Memoria”, así como trasladar los restos del dictador y del fundador de la Falange al lugar que designaran las respectivas familias.

Y, también, que el Estado pidiera perdón a las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura. Es más, los firmantes solicitaban que, en reparación a las víctimas del franquismo, se exhumaran sus cadáveres allí enterrados y se identificaran sus restos. Pues bien, ni una sola de las peticiones de Garzón y los otros abogados han sido atendidas favorablemente.

“Me gusta que los muertos descansen en paz. Esto de estar todo el día con los muertos de arriba para abajo supongo que será entretenimiento para algunos, pero a mí me gusta más pensar en los vivos que en los muertos", comentaba el enredador portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando.

Lo rechazado por el Gobierno y la Sala de los Contenciosos Administrativo del Tribunal Supremo enlaza con aquel discurso de  Franco, en  Nochebuena de 1969, cuando dijo “que todo ha quedado atado y bien atado”. En efecto, el Gobierno de Rajoy y la Sala III del  Tribunal Supremo no han osado rectificar los designios de Franco en cuanto a la permanencia de su cadáver en el megalómano monumento alzado por él.

Lo que pedía Garzón y otros juristas era sensato, correcto y adecuado a un sistema democrático que puso punto final a la dictadura. Algo que tiene mucho que ver con la coherencia histórica y nada con la extrema derecha. Pero cada vez que el ex juez Baltasar Garzón mueve ficha, vuelve a practicarse el ejercicio de plantar cara a quien inició las investigaciones de la trama Gürtel. Nada más y nada menos.   

El dictador no podía imaginar el 6 de abril de 1959, día de la inauguración del Valle de los Caídos, durante su autocomplaciente conversación con su primo el teniente general Franco Salgado-Araujo que, cincuenta y ocho años más tarde, continuaría el tira y afloja sobre el lugar definitivo donde yacería su cadáver.