Los datos del reciente informe de Oxfam, titulado “Una economía para el 99%”, son mucho más que escandalosos. Son escalofriantes. En 2016 la fortuna acumulada por las ocho personas más ricas del mundo es igual a la de 3.600 millones de personas, esto es la mitad de la población de nuestro planeta.

El informe de Oxfam es demoledor. Sus datos demuestran que el modelo económico de nuestro actual mundo globalizado funciona “al servicio del 1% más rico de la población”.

El caso concreto de España es particularmente sangrante, aunque es universal, casi sin ninguna excepción. En España son solo tres personas –Amancio Ortega, su hija Sandra y Joan Roig- las que el pasado año acumulaban unas fortunas equivalentes a las del 30% del conjunto de la población o, por poner un ejemplo, igual a todas las fortunas de los habitantes de las comunidades autónomas de Cataluña y Madrid.

La desigualdad económica se ha cronificado e intensificado en nuestro país durante los tres últimos años, hasta el punto que se ha multiplicado por veinte y que ahora España es el estado más desigual de la Unión Europea, con la única excepción de Chipre. El 10% de los españoles más ricos –esto es, 4,2 millones de personas- acumulaban en 2016 el 56,2% de la riqueza de todo nuestro país, esto es la misma riqueza que 42,6 millones de españoles. La crisis económica ha incrementado la desigualdad: solo durante el año pasado el número de nuevos españoles millonarios creció en 7.000 personas, mientras que más de un tercio de la población del país se empobreció aún más, llegando ahora al 25% de los españoles en situación de pobreza. Esta importante acumulación de capital en muy pocas manos tiene como consecuencia un deterioro alarmante de la situación de las personas más vulnerables.   

Los datos de este informe de Oxfam coinciden con otros. Según un estudio del famoso economista Thomas Piketty, en Estados Unidos los ingresos de la mitad más pobre han quedado congelados en los últimos treinta años, mientras que los ingresos del 1% más rico se han incrementado un 300%. Otros estudios señalan que, en Vietnam, por ejemplo, el hombre más rico gana en un solo día más que su compatriota más pobre durante treinta años; que los salarios anuales de 10.000 trabajadores de fábricas textiles de Bangladesh equivalen al sueldo de cualquier director general de una empresa cotizada en el índice bolsario FTSE100.

Oxfam no se queda en su informe en la simple enumeración de datos. También acusa. Denuncia en especial a las grandes empresas, a las que culpa de “estar al servicio de los más ricos” al actuar con el solo objetivo de mejorar al máximo la rentabilidad de sus accionistas. Así se explica, por ejemplo, que en 2015 las diez mayores compañías de todo el mundo obtuviesen una facturación superior a los ingresos públicos de 180 países. Por si esto no fuese ya en sí mismo un gran escándalo, el uso poco menos que sistemático de los paraísos fiscales causa a los países en desarrollo como mínimo 100.000 millones de dólares de pérdidas.

Estos y muchos otros datos prueban más que sobradamente que el actual capitalismo globalizado es un escándalo y una vergüenza, algo absolutamente inadmisible e invivible. No se trata, pues, de que otro mundo es posible, sino que es imprescindible.