En su hasta ahora primera y única rueda de prensa desde que es presidente electo de los Estados Unidos de América, Donald Trump respondió al discurso de Meryl Streep, crítica con él en la gala de los Globos de Oro, con el comentario de que la actriz (ganadora de tres Oscar y nominada en 19 ocasiones, lo que no ha ocurrido nunca antes con ninguna otra actriz o actor en la historia de Hollywood) está sobrevalorada. Si algo distingue al ya casi presidente de los Estados Unidos, es su buen gusto, a la altura de su modestia y saber estar, por lo que su comentario no sólo debería ser tenido en cuenta, sino que debería iniciarse de inmediato una acción popular para que la Streep devuelva cuanto antes las estatuillas doradas, que podrían ser repartidas entre actrices más del gusto del hombre más poderoso del mundo, como Lisa Ann, Asia Carrera o Ilona Staller (conocida en nuestro país como la Cicciolina). 
Sin embargo, el estar sobrevalorado, algo que ocurre con mucha frecuencia en el país de Trump, es algo muy poco común en el nuestro. Y no hay mejor ejemplo, para demostrar este lacerante hecho, que el de José María Aznar.  Quien fuera el mejor gobernante que ha tenido España desde los tiempos de Felipe II, es tratado en nuestro país, el suyo, con la más absoluta de las indiferencias. Por más que el hombre se esfuerce en dar ruedas de prensa, en ayudar con concienzudos estudios a la buena marcha del país, los españoles en general y los medios de derechas en particular, no dejan de flagelarlo con el látigo de la indiferencia. 

Apenas han pasado 12 años desde que nos dejó huérfanos de su sabiduría, pese a las masivas manifestaciones que se organizaron a lo largo y ancho de la piel de toro pidiendo su permanencia, y la mayoría de los españoles ya han olvidado el legado de su magna obra. Considero labor prioritaria de los buenos periodistas ahora y de los historiadores en la posteridad, no permitir que eso ocurra y quiero dejar aquí mi granito de arena para que Aznar recupere su puesto en el Monte Olimpo, del que nunca debió descender.
Para todos aquellos desmemoriados que pueblan nuestro país, quiero recordarles que José María Aznar fue el artífice del milagro económico español que dejó boquiabierto al mundo. Junto con ese gran economista y mejor persona, su íntimo amigo Rodrigo Rato, diseñaron un plan estratégico tan sencillo como genial. Liberalizar el suelo patrio para que España dejara de ser un solar baldío y se convirtiera en el país con más grúas por metro cuadrado del universo conocido. Abandonando la estúpida idea de otros países de potenciar la economía basada en la industria o la investigación, Aznar y Rato consiguieron que España creciera al ritmo de sus edificios, creando millones de puestos de trabajo y muchos más millones de ingentes beneficios para constructoras, alcaldes y concejales de urbanismo. Un legado que malbarató Zapatero, quien con su mala gestión convirtió el globo aerostático de Aznar y Rato en una letal burbuja inmobiliaria. 

Pero Aznar no sólo debe ser recordado como el brillante responsable del plan económico que ha hecho de nuestro país lo que es en la actualidad, sino de muchas otras acciones que en su acción como presidente del Gobierno han dejado una profunda huella entre nosotros. Sus grandes conocimientos en política exterior y su inteligencia lo llevaron a liderar junto a Bush y Blair la cruzada del mundo occidental contra Irak donde se escondían, como luego se demostró, un inmenso arsenal de armas de destrucción masiva. También fue el responsable de acabar con ETA como banda terrorista, convirtiéndola en algo mucho más inocuo como un simple "Movimiento Vasco de liberación". Y qué decir de la firmeza que mostró ante el capo de la familia de los Pujol, al que obligaba a hablarle en catalán, a la mínima ocasión en la que se quedaban solos; o de la extrema competencia que mostró en el caso del Prestige; o la humanidad, rayando con la santería, en el incidente del Yak 42.

Pero, sin duda, lo que deja una marca más indeleble de su calibre como estadista y ser humano fue cuando, pocos días antes de las elecciones generales, para las que había elegido democráticamente a dedo a Rajoy como su sucesor, afrontó el mayor atentado de la historia de España, con la honestidad y diligencia de la que sólo son capaces los tocados por los dioses. Un ser abyecto y miserable hubiera sido capaz de aprovecharse del brutal asesinato de 191 personas, manipulando la información e incluso mintiendo a sus conciudadanos en tan delicado momento. Pero para Aznar el servicio a su patria es más importante que su propia vida y dio un ejemplo que debería permanecer en la memoria colectiva de nuestro país, y me atrevería a decir que del mundo, para la eternidad.

No dejemos nunca que ésta, ni sus otras acciones sean olvidadas jamás. Escuchemos a nuestro expresidente siempre que quiera decirnos algo; démosle la importancia que su figura representa. Y compadezcámonos un poco de su soledad. Piensen que apenas tiene comunicación con sus mejores amigos, porque ya saben que en la cárcel está prohibida la tenencia de móviles.