Como el algodón, la CUP no engaña. Quienes se engañaron y siguen engañándose son aquellos que pensaron y al parecer quieren seguir pensando que pueden confiar en una formación política como esta, sin duda alguna independentista y pancatalanista –es decir, partidaria no solo de la independencia de Cataluña sino de todos los territorios de habla catalana-, pero que ideológicamente se caracteriza y define como antisistema, anticapitalista, antieuropeísta y antiatlantista, amén de ultraizquierdista, un tanto anarcoide, feminista y ecologista.

Que la CUP se haya convertido en el eje central de la política catalana en estos últimos años no es tanto mérito de la propia CUP como demérito de aquellos que, con la antigua CDC al frente y con ERC puesta de perfil en todo momento, creyeron y parece que siguen creyendo que su apuesta por la independencia de Cataluña pasa por contar con el apoyo de la CUP, con cuyos votos la coalición formada por la entonces CDC con ERC y diversos independientes de todo tipo de procedencias e ideologías, JXS, cuenta con una inestable y raspada mayoría absoluta independentista en el Parlamento de Cataluña. Una mayoría absoluta parlamentaria que, conviene recordarlo, no se corresponde con una mayoría absoluta de votos ciudadanos sino a solo menos del 48% de sufragios populares, merced a la pervivencia en Cataluña de una legislación electoral “provisional” desde 1980.

Después de haber enviado a Artur Mas “al basurero de la historia” al forzar su dimisión para garantizar la investidura del hasta entonces prácticamente desconocido Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat, la CUP ha seguido sometiendo a JXS a la amenaza constante de retirarle su apoyo. Sigue haciéndolo ahora, a muy pocos días del anual debate presupuestario.

Mientras, la gente de la CUP sigue practicando su postureo habitual. Ahora se trata de practicar de modo público y notorio la desobediencia, por ejemplo cuando alguno de sus componentes son citados para que comparezcan ante un juez para ser interrogados, con lo que los Mossos d’Esquadra, que en Cataluña actúan como policía judicial, se ven obligados a detenerles para presentarles ante la correspondiente autoridad judicial. Y entonces viene el escándalo, con acusaciones de todo tipo no ya contra “el Estado español opresor” sino también contra el propio Gobierno de la Generalitat al que la CUP apoya con sus votos.

Los últimos sucedidos pueden haber colmado el vaso de la paciencia. La detención y traslado ante la Audiencia Nacional de cinco “cupaires” que desobedecieron la orden judicial de presentarse a declarar por un supuesto delito de injurias a la Corona por haber quemado fotos del actual jefe del Estado ha provocado tanto la solidaridad inmediata de numerosos representantes institucionales de la CUP –hemos podido ver a diputados y diputadas de esta formación rompiendo a pedazos fotos de Felipe VI en sede parlamentaria y luego quemándolas en público junto a militantes y simpatizantes que les jaleaban, a concejales barceloneses de la CUP guillotinando también imágenes del rey…- como la proliferación de pintadas amenazadoras contra el consejero de Interior de la Generalitat, Jordi Jané, contra Artur Mas y contra la coordinadora general de ese PDECAT que pretende ser el partido sucesor de la histórica CDC, Marta Pascal, con horcas amenazantes para todos ellos.

Estos últimos y escandalosos sucesos, del todo punto inadmisibles en una sociedad democrática, en un auténtico Estado de derecho, pueden acabar demostrando que, como reza el refranero popular, con quien niños se acuesta, meado se levanta. Y es que la CUP no engaña. Aunque algunos han preferido, prefieren y tal vez sigan prefiriendo vivir engañados. ¿Por qué? ¿Para qué? Pues para intentar seguir engañando a sus seguidores con una suerte de sueño independentista que no es más que una simple ensoñación, que no es un espejo sino un mero espejismo.