Es la gran incógnita del momento: como repercutirán en el mundo las decisiones de un imprevisible presidente Trump a partir de enero. Analistas, expertos, editorialistas y hasta políticos de diferentes bandos inundan las tertulias estos días de incertidumbres de altos vuelos: cómo será su política exterior o cómo repercutirán sus decisiones en la economía mundial.

Algunos se temen lo peor. Pero lo que no saben, o no quieren saber, es que el daño ya está hecho. Lo peor de Trump no es lo que pueda hacer a partir de ahora, hasta es posible que los efluvios del poder le moderen un poco, sino lo que ya ha hecho y, sobre todo, dicho, convenientemente aireado por los medios de comunicación de todo el mundo.

No es lo mismo que un individuo anónimo desprecie a las mujeres, los inmigrantes o los musulmanes, que lo haga Donald Trump en eventos emitidos por radio y televisión. Si el futuro presidente de los Estados Unidos desprecia (o ha despreciado) a colectivos tan numerosos y sensibles para la convivencia, los personajes capaces de hacer lo mismo se sentirán fuertemente respaldados para mantener su estilo e intentar imponerlo como un modelo a seguir. Al fin y al cabo, a partir de enero tendrán de su parte nada menos que al político más poderoso del mundo.

El ejemplo es lo que más valoran psicólogos y educadores cuando se trata de inculcar valores positivos a los más pequeños. Esos que contribuyen, por ejemplo, a suavizar situaciones difíciles, atemperar emociones desbordadas o incluso a evitar guerras futuras.

No es lo mismo un negro simpático y conciliador que a un blanco capaz de llamar asquerosa a su adversaria política en pleno debate electoral

No es lo mismo tener en la Casa Blanca a un negro simpático y conciliador, por criticables que puedan ser algunas de sus decisiones políticas, que a un blanco (anaranjado y de pelo estropajoso, sí, pero con ese peligroso orgullo de ser de raza blanca) capaz de llamar asquerosa a su adversaria política en pleno debate electoral. 

El ejemplo, el buen ejemplo, es una de las mejores armas que nos quedan para combatir el futuro incierto que nos acecha. Como padre y lector, uno de los momentos más emotivos de mi vida fue ver a mi hija de tres años instalarse en mi sofá de lectura, encender la lámpara de pie y ponerse toda seria a leer su cuento. Con la autoridad de una intelectual en potencia o, cuando menos, de una estudiante prometedora. 

Todo lo contrario de lo que ocurrría en este pais en aquella época. La España del pelotazo que preconizó el banquero Mario Conde en los 80, o las incursiones pseudopolíticas de personajes como Jesús Gil o José María Ruiz Mareos colocaron los cimientos de la ambición desmedida de los constructores y los políticos de finales de los 90 y principios de este siglo, que pudieron actuar impunemente gracias a la anestesia total generada por unos medios de comunicación aturdidos por unos personajes cuyo desparpajo era tan elevado como su desfachatez.

Aquellos polvos formaron después el fango del que surgieron los Granados, Rato, Bárcenas .... Así como todo el cuadro de actores de las tarjetas black o la Gürtel que tan bien actúan ahora ante los jueces de la Audiencia Nacional. 

Un mal ejemplo de quién será centro de atención mundial, aun más, a partir de ahora, es lo peor que nos puede suceder si los franceses votan a Le Pen en primavera, o si los ultras triunfan en Alemania.

Aquí solo nos quedaría rezar.