Quienes  acudimos al Kilómetro 0 para saber qué estaba pasando pudimos ver allí a jubilados, a matrimonios con sus hijos, a parejas, a gente recién desahuciada,... una perfecta representación de ese 99% de ciudadanos que se habían cansado de mantener la bacanal cleptómana en la que vive el 1% restante. Todos unidos por un sentimiento de hastío común, todos coordinados a una para lanzar al aire un grito de desesperación a las ocho de la tarde.

En aquella plaza hubo un campamento donde todo el mundo era bienvenido y no existían los privilegios. Toda ayuda era bien recibida y toda idea era escuchada. Donde la democracia de las papeletas fue cambiada por las manos al viento y donde todos los votos sí valían lo mismo.

Se montó una pequeña carpa para ofrecer comida y techo a quienes no tenían nada, excepto la oferta de sus manos desnudas para seguir cultivando la SOLidaridad. También se levantó un espacio donde lo más pequeños podían entretenerse con improvisados payasos, para que la inocencia infantil no coartara la justa indignación de sus padres. Y entre la marea de gente se deslizaban carritos de la compra cargados de agua y fruta que refrescaban gratuitamente las gargantas secas de los manifestantes.

Desde que todo aquello sucediera, han cambiado muchas cosas en España y ninguna ha sido para mejor. Ni por arriba, ni por abajo.

En la punta de la pirámide, tenemos a un Rey cuestionado por sus viajes elefantiásicos  y con una vida familiar poco ejemplar. Un monarca amenazado por una carpeta de correo electrónico resultante de los oscuros negocios de su yerno.

Un poco más abajo, encontramos a un presidente del Poder Judicial, Carlos Dívar, al que acusan de pasar más tiempo en hoteles y restaurantes de lujo en Marbella que sentado en su despacho, gracias a los fines de semana que se paga, presuntamente, a cuenta de nuestros impuestos. Un cargo que, por cierto, es el mejor pagado de todos los que existen en la Administración, con 130.000 euros al año, pero que a Dívar se le deben quedar cortos.

Luego  vienen Rajoy el austero y sus 82 asesores, 27 más de los que tenía Zapatero.  Toda una tropa de ayudantes que no han sido capaces de disimular las mentiras de las que se ha valido su jefe para ensañarse con los ciudadanos que le colocaron en la poltrona.

Y por último, la base del sistema. Ese 99% que un año después es más precario, más pobre, más desempleado... Los asalariados que han tenido que entregar otro bocado de sus criogenizadas nóminas; los profesores que tendrán que abandonar aún un poco más sus vidas para labrar a los jóvenes sin futuro del mañana; los inmigrantes que ven cómo se les arrebata la dignidad en forma de tarjeta sanitaria; los obreros que no podrán soñar con un porvenir mejor para sus hijos porque no podrán pagarles la Universidad; los jubilados que tendrán que elegir entre la vergüenza del hambre o el pánico a enfermar...

Mañana sábado, hay un nuevo llamamiento para volver a sentir que otro mundo mejor es posible. Para recordarles que un año después ni olvidamos, ni perdonamos. No somos "desarrapados", ni "piojosos", ni "un rebaño de ovejas". Somos ciudadanos y somos legión. El pueblo llama al pueblo. Sin otra bandera que la de la solidaridad. Sin siglas ni lemas en primera fila, porque sólo hay una fila, la nuestra. Y somos mayoría.

Nos vemos en Sol.

Marcos Paradinas es redactor jefe de El Plural