Desde siempre, cuando tienes que irte a estudiar fuera de casa de tus padres, una de las grandes dudas a la que te tendrás que enfrentar es dónde vives. Durante años, el debate consistía en elegir entre una residencia de estudiantes y un piso compartido. La decisión dependía de los gustos, del grado de independencia deseado y del dinero, obviamente. Una residencia era muchísimo más cara que un piso, por lo que la línea entre 'mis papis tienen dinero' y 'mis papis están haciendo un esfuerzo' la encontrabas ahí. Hoy en día, las residencias siguen siendo un esfuerzo y los pisos de alquiler son una ruina. 

La especulación del aquiler se ha descontrolado y los primeros en notarlo hemos sido esos estudiantes para los que estar fuera de casa supone un gran esfuerzo.

No le deseo buscar una habitación de alquiler con un presupuesto ajustado a nadie. Mucho menos en una gran ciudad. La especulación del aquiler se ha descontrolado y los primeros en notarlo hemos sido esos estudiantes para los que estar fuera de casa supone un gran esfuerzo. Es evidente que nadie nos ha obligado, no obstante, muchos no teníamos la posibilidad de acceder a estudios superiores en nuestras ciudades de orígen, así que nos hemos desplazado. 

Los precios son nuestra peor pesadilla

Tener que desplazarse es la única constante del ser humano, pero parece ser que la subida de precios del alquiler también se está volviendo una constante. En Barcelona, una habitación decente se encuentra a 360 euros. Si tienes suerte y llevas durante años en un piso de 'renda antigua' (como si el piso de Mónica de Friends se tratara), aún resistes en el aquiler por 240 / 260, un precio mucho más asequible y realista. No obstante, vives el final de curso (equivalente al final de contrato) con terror. En tu cerebro se instala una vocecita que te recuerda que, al final, te echarán de casa porque te subirán el alquiler a cuotas imposibles. Entonces, adaptarse o morir, por mucho que adaptarse solo le sea posible a unos pocos privilegiados que pueden permitirse pagar el alquiler (o, en su defecto, que lo hagan sus padres). 

A mi parecer, falta consciencia en cuanto a entender que los pisos, por mucho que estén en alquiler, siguen siendo la casa de alguien. Falta comprender que, entre esas cuatro paredes, la gente vive. Por mucho que el propietario sea otro, en ellos se desarrollan vidas que no tienen otra casa, otro sitio en el que quedarse o otra opción en esa ciudad. Cuando subimos el alquiler, sin mejoras ni sin cambios significativos, estamos empeorando la calidad de vida de quién está viviendo ahí. Los pisos en alquiler no deberían constituirse como negocios lucrativos, sino como intercambio de bienes. Pero hoy en día nos hemos encontrado que las grandes ciudades ya no son para quién las vive, sino para quién las consume. Primero, el turista dispuesto a quemar todo su dinero; después, las personas que no quieren/pueden gastarse tanto dinero. 

Así es como con miedo, los estudiantes ya no saben si podrán irse de casa y, si se van, ssi podrán quedarse fuera durante mucho tiempo. La presión de los alquileres está creando un clima terrible en las ciudades que afecta a todo el mundo, los negocios y las formas de vida. Ya no existen pisos para los que quieren vivir.