Aunque cada día escuchemos cientos de noticias sobre el peor perfil del ser humano, también ha que estar atento a la mejor cara de las personas. Como la de ese hombre australiano que ha salvado la vida de 2,4 millones de niños



Cómodamente tumbado
Puede parecer una cifra exagerada e imposible. ¿Cómo salvar a más de dos millones de niños? Con un gesto muy sencillo y generoso. Sin mover un músculo. Cómodamente tumbado en una camilla. Mientras se dona sangre.

Es lo que ha venido haciendo con gran regularidad James Harrison. Todo empezó en 1951, cuando fue sometido a una importante operación en la que le extirparon un pulmón: En la intervención fueron necesarias 13 unidades de sangre.

Harrison, que entonces tenía 14 años, esperó cuatro años para pagar su deuda. Cuando cumplió la mayoría de edad decidió convertirse en un activo donante de sangre.  Y esa decisión fue crítica para millones de niños.

Un tratamiento experimental
En los sesenta, las tasas de mortalidad infantil eran importante en Australia. Sobre todo los que presentaban problemas por la incompatibilidad entre el RH de la madre y el del futuro bebé. La solución es un tratamiento a partir de plasma donado que se inyecta en la madre. El único requisito es que esa sangre cuente con un extraño anticuerpo.

Y justamente, la sangre de Harrison contiene este agente. Así que sus donaciones se hicieron muy apreciadas para evitar esos shocks en los bebés. Lo que en principio era una terapia experimental se convirtió en definitiva gracias al aporte de Harrison.

Y así ha seguido todo este tiempo, hasta que cumplió 81 años. A esa edad, los médicos le han aconsejado dejar de donar sangre y Harrison se ha retirado. Lo más curioso de todo es que durante todos estos años y tras cientos de extracciones, Harrison no ha perdido su miedo a las agujas y continuaba apartando la mirada cada vez que la enfermera se acercaba a su brazo con una de ellas.