Mediados de los noventa. La industria musical británica vive su época dorada. Arrastrada por el britpop, los discos de Oasis y Blur ponen el índice de ganancias de las disqueras en lo más alto. Es el canto del cisne de una industria que no lo sabe, pero está herida de muerte. O quizá no tanto. 

Da igual el formato
Esta semana se ha conocido un dato sorprendente. Los beneficios de las compañías discográficas han subido hasta alcanzar los niveles de aquella época de vacas gordas. 

El formato ha pasado a segundo plano. Lógicamente, a los chicos de los números y el dinero de las empresas les importa poco si un disco se vende en vinilo, en cedé o en descarga, siempre y cuando el fan compre el álbum en lugar de piratearlo. El caso es que los beneficios relacionados con la música han subido más de un 10% en el pasado año. 

No es solo una cuestión de que haya más canales de distribución y más accesibles. Otros elementos como la venta de derechos a películas, series o videojuegos han empujado las cifras. 

Más vinilos todavía
Pero la música como tal, no como fondo de imágenes, también ha visto como sus datos de ventas prosperaban, incluso a un ritmo mayor. Por ejemplo, la venta de vinilos se ha incrementado en un 24% y ya supone una quinta parte del mercado de formato físico. 

También es cierto que para que las ventas suban la gente debe de estar dispuesta a comprar algo que merezca la pena. Y en eso la música británica no tiene rival. Los trabajos de Ed Sheeran y Rag’n’Bone han servido de combustible de este ascenso. No en vano, de los 10 discos más vendidos de 2017, ocho son de artistas de la tierra. Solo Drake y Pink han conseguido colarse en esa lista con sus últimos álbumes.