Sentarse a escribir sobre becarios es complicado. Se supone que en España son unos 70.000 becarios, de los cuales solo el 42% recibe un sueldo a cambio de su trabajo. Se supone que los becarios son una pieza fundamental en muchos campos profesionales, pero siguen siendo el último mono de la oficina. Todos los becarios llevamos a rastras esa estela de lo irrelevante. Parece ser que los peores trabajos o los malos resultados son cosas de becarios. Así que aquí estamos, los becarios, tratando de hacerlo lo mejor posible, aunque recibamos muy poco a cambio.

Sí, los becarios somos torpes. Un desastre, si queréis. Los becarios no tenemos ni idea de nada. Pero tampoco creo que un becario debería tenerla. Se supone que un becario es un estudiante en prácticas, una persona que no ha acabado su formación ni ha salido al susodicho 'mundo real'. Un becario es un ignorante en la connotación menos maliciosa del término. En un sistema donde a los estudiantes nos exigen una experiencia previa para lanzarnos al mercado laboral cuando acabemos nuestra formación, la figura del becario no es más que el resultado de esa necesidad de experiencia. El becario, a efectos prácticos, es equivalente a cualquier trabajador: encuentra en ese empleo la forma de seguir adelante.

El auténtico valor del becario

Así que escribir sobre becarios será siempre complicado. Muchos han intentado envolver al becario en una imagen partenalista sobre la compasión del jefe, que decide acoger a un pobre estudiante para que pueda recibir una formación realmente valiosa: la laboral. Poco puede pedir ese becario a cambio. Qué necesidad hay de sueldo cuando le estás dando la oportunidad de su vida a ese pobre estudiante. Sin embargo, el becario debería empezar a ser contemplado como lo que es: un trabajador con inocencia, plagado de ideas frescas que aún no ha descubierto si funcionan o no en el mundo laboral. A veces, la falta de miedo al fracaso (porque no lo conoce) es donde reside el auténtico valor del becario.

Sin embargo, el becario debería empezar a ser contemplado como lo que es: un trabajador con inocencia, plagado de ideas frescas que aún no ha descubierto si funcionan o no en el mundo laboral. A veces, la falta de miedo al fracaso (porque no lo conoce) es donde reside el auténtico valor del becario.

No obstante, en lugar de entender la falta de experiencia como una posibilidad de adquirir un producto no contaminado por la propia industria, consideramos al becario una criatua que aún no ha aprendido a caminar y le pedimos los trabajos más fáciles, siempre esperando en secreto que lo haga mal. Es por ello que escribir al respecto es complicado, ¿cómo defiendes una masa heterogénea de individuos que la sociedad menosprecia? ¿Cómo explicas que no es formación gratis, sino fuerza de trabajo? ¿Cómo demuestras que la falta de experiencia es compensada con frescura e ilusión?

Evidentemente, uno de los melones que deberíamos abrir es la elitización del trabajo: cómo hemos asumido que todos debemos acceder a nuestros puestos de trabajos con la formación ya completada. Durante años, el modelo que se siguió fue el de maestro - aprendiz, donde un artesano aceptaba a aprendices para trabajar con él a partir de sus enseñanzas. Hoy, a esos aprendices que ahora llamamos becarios se les exije que vengan lo más aprendidos posible, que les ahorren trabajo. Un becario ya no es alguien a quien enseñar, sino a quien pagar menos. Un becario no es una apuesta de futuro, sino una manera de asegurarse que alguien se encargará del trabajo más engorroso.

Pero, ¿no sería mucho más valioso que las empresas formaran desde la base a sus futuros trabajadores? Si en lugar de mandar a los becarios trabajos inpersonales, que podrían desarrollar en cualquier lugar, se les enseñara a trabajar para la empresa, a comprender sus valores y a poder crecer dentro de esta misma empresa, tal vez se trataría de una relación donde ambas partes salen ganando y satisfechas. Tal vez, el secreto último se encuentra en darle un cierto estatus al becario. Dentro de una misma empresa, las funciones son repartidas y todas deben ser consideradas esenciales, sino son un desperdicio de recursos. Como mínimo, uno debería esperar que la empresa creyera también en la figura del becario como algo esencial y le diera su importancia, sin abandonarlo a su suerte.

El becario puede encargarse de los trabajos más insignificantes y. aún así, ser importante. No por no haber completado la formación o tener menos experiencia, su fuerza de trabajo es menos valiosa. En todo caso, la figura del becario como trabajador útil a media jornada debe ser reivindicada y apreciada. De acuerdo, nos queda mucho que aprender, pero la clave se encuentra en escuchar lo que el becario ya sabe y, más importante, en comprender que lo que todavía no sabe puede jugar a nuestro favor.