Las cifras de la indignación. Si cuando trascendió hace unos meses que el vertido del controvertido oleoducto Keystone había derramado el equivalente a 5.000 barriles de crudo, qué decir ahora que se ha sabido que en realidad fueron 9.700 los que se desparramaron en el área rural del Sur de Dakota. 

Tener razón no sirve

Ni tan siquiera es un consuelo para los cientos de organizaciones y los colectivos nativo-americanos que se opusieron a la construcción de otra enorme infraestructura gemela, el oleoducto Keystone XL. Un ejemplo de que, a veces, es peor tener razón que equivocarse. 

A estas alturas, y a la luz de los últimos datos, se trata de la fuga de petróleo más grave ocurrida en suelo norteamericano desde 2010.

De poco sirvió que al poco de conocerse la ruptura de la tubería, TransCanadá, la empresa que lo explota cortara el grifo. Suspendiera el tránsito de más de medio millón de barriles que cada día fluyen por este tubo, desde los lugares de extracción, en la provincia canadiense de Alberta, hasta las refinerías estadounidenses. La compañía tardó dos semanas en restablecer el servicio.

Y ahora, a limpiarlo
La cuestión que ahora se plantea es la de la limpieza. Si todas las medidas que TransCanada aseguró que iba a tomar para minimizar el impacto medioambiental del vertido serán suficientes. Ya se antojaban escasas cuando se sabía que el vertido era la mitad de lo que realmente ha sido. Aunque los responsables de la petrolera han asegurado que ya han retirado todo el suelo superficial de la zona, el más afectado por la mancha de crudo. 

Y más allá, subyace la sospecha de que las fugas en el oleoducto Keystone son más frecuentes y de mayor volumen de lo que la empresa ha estado admitiendo a los reguladores desde que inició sus operaciones hace casi una década.