Eclipsado por las negociaciones sobre el Brexit, el pasado 14 de diciembre tuvo lugar, en Bruselas, una cumbre de la eurozona para abordar la reforma de los mecanismos de gobernanza de la moneda única. La cumbre se planeaba como un importante alto en el camino tras años de debate sobre la reforma del Euro, que ha incluido posicionamientos de la Comisión Europea así como de los principales países de la eurozona.

Los temas a debate se centraban en tres aspectos: en primer lugar, qué hacer con el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), el instrumento que la Unión Europea improvisó entre 2011 y 2012 para proporcionar el dinero de los rescates a Grecia, España, Portugal y Chipre. El MEDE es un instrumento europeo pero no está integrado en el marco del derecho de la Unión Europea, por lo que sus mecanismos de toma de decisiones no están sujetos a las mismas reglas. Al necesitar de unanimidad, el MEDE es un instrumento que puede tardar demasiado en activarse y por lo tanto perder mucha utilidad. También se pretendía que el MEDE asumiese su papel como “prestamista de ultimo recurso” en los casos de tener que resolver bancos en dificultades. Este aspecto es especialmente relevante por cuanto estaba destinado a romper el círculo vicioso que lleva a vincular excesivamente las finanzas públicas de un país y la salud financiera de sus bancos.

Los resultados no han sido del todo satisfactorios, aunque se han producido avances. El MEDE mejorará su coordinación con la Comisión, pero no se integrará en la estructura comunitaria. El rol de prestamista de último recurso se concretará en 2020 bajo unos supuestos de condicionalidad que hacen muy exigente su uso.

El segundo aspecto de reforma era la necesidad de avanzar en la Unión Bancaria, permitiendo un desarrollo del mercado único de capitales, armonizando medidas de gestión de las crisis bancarias y avanzando en la puesta en marcha de un Fondo Europeo de Garantía de Depósitos. La Cumbre ha aprobado seguir avanzando en la definición de los criterios de dicha Unión, si bien el Fondo Europeo de Garantía de Depósitos, que permitiría que los países de la eurozona compartieran una parte de sus cobertura de los depósitos en caso de crisis bancarias, no ha terminado de definirse.

En tercer lugar, la Comisión tenía como objetivo establecer algún tipo de presupuesto de la eurozona que permitiese, llegado el momento, ejercer una función compensadora frente a los denominados “shocks asimétricos” en lo que un país entra en crisis mientras otros no. La propuesta inicial de Macrón era crear un presupuesto para la Eurozona aparte del presupuesto de la Unión Europea, idea que gustaba poco a los socios europeos que conservan sus monedas. España se sumó proponiendo un mecanismo de seguro europeo de desempleo, que actuaría como instrumento anticíclico. Aquí los avances han sido muy limitados, pues si bien la cumbre ha señalado la conveniencia de estudiar un mecanismo presupuestario, lo ha circunscrito a los ámbitos de convergencia y competitividad económica, pero sin una función de estabilización entre países, que era justo lo que se necesitaba. En otras palabras, tendremos algo de dinero para hacer reformas y para mejorar nuestra competitividad, pero si entramos en recesión, no contaremos con el apoyo presupuestario de la Unión Europea.

Y esto es lo que dio de sí la cumbre del euro. En el camino se han quedado numerosas buenas ideas, como los eurobonos, y algunas necesidades imperiosas, como reformar las reglas fiscales. Y es que esta Unión Europea avanza con el freno de mano echado por los países que no quieren comprometerse a compartir el más mínimo riesgo con los países del sur, y por los países que no quieren ni oir hablar de mayor integración. Frente a esta coalición del “no”, la posición Franco Alemana es más débil que nunca y no tiene la fuerza suficiente como para atraer a toda la Unión Europea a sus posiciones. España puede ayudar poco, pues pese a sus buenas ideas y su compromiso europeísta, todavía debe ganarse una autoridad que sólo se logra cuando cumples estrictamente las reglas y te conviertes en un país fiable. Con Portugal, Italia, España y Francia es una posición fiscal comprometida, la autoridad de los países del Sur está ciertamente en entredicho frente al rigor intolerante de los países del norte. Si queremos que nuestra opinión cuente en el debate sobre el futuro del euro, lo primero que tenemos que hacer es cumplir las reglas.

El resultado de esta reforma es un tanto frustrante. Se ha impuesto la Europa de los pequeños pasos, tan pequeños que parecen imperceptibles. Es muy probable que el debate sobre la reforma de la eurozona siga abierto, al menos desde el punto de vista de la reflexión académica, ya que las propuestas aprobadas en la cumbre no constituyen, ni de lejos, un punto de llegada a un marco institucional más sólido. Como en todo lo que ocurre en la Unión Europea, tendremos que seguir avanzando.

El problema de esta forma de actuar es el riesgo que se asume con la misma: la eurozona tiene hoy un marco de protección frente a crisis mucho más desarrollado del que tenía en 2008. Pero la situación de las economías es mucho más frágil. La deuda pública es mucho mayor y hay países, como España, que apenas tendrían espacio fiscal para poder responder con una política fiscal expansiva. Los tipos de interés están por los suelos y por lo tanto la eficacia de cualquier variación en la política monetaria sería muy limitada, y el Banco Central Europeo está ya, en algunos casos, al límite de las compras de deuda que le permitían sus regulaciones. Las tasas de paro y pobreza siguen siendo altas en muchos países. Si por algún cisne negro -y se van acumulando las probabilidades- llegara una nueva recesión a la Eurozona, la situación de partida de los países más vulnerables sería muy negativa. Si ese momento se hiciera realidad, la capacidad de respuesta de la Unión Europea sería básicamente la misma que en 2015.

Hubiera sido mejor que la Eurozona hubiera avanzado más sustancialmente ahora que no hay una crisis en el horizonte. Lamentablemente la Unión Europea se está acostumbrando a negociar y a avanzar al borde del precipicio. Es una mala práctica porque si sale mal, no hay ya margen de maniobra. Mientras tanto, y viendo estos resultados, España podría hacer más por mejorar su capacidad de prevenir y reaccionar ante una nueva crisis económica. No esperemos grandes concesiones por parte de nuestros socios. De nuevo, dependeremos fundamentalmente de nuestro propio esfuerzo.