El pasado 23 de junio, la Comisión Europea presentó el informe anual sobre innovación en la Unión Europea, el Innovation Scoreboard, en el que la institución analiza en profundidad el desempeño de los países miembro y los clasifica en función de un set de carácterísticas tales como la arquitectura del sistema nacional de innovación, los fondos destinados a I+D, la participación de las pequeñas y medianas empresas, o la comercialización de productos innovadores. La utilización de este scoreboard implica un análisis más detallado que el solo recurso a los fondos destinados a I+D, examinando su eficacia y sus resultados finales.

En su última edición, España mejora en cinco puestos su posición relativa entre los países de la Unión, siendo uno de los estados miembro que más avanza, aunque se mantiene en el grupo de los denominados “innovadores moderados”, todavía lejos de los países líderes como Suecia, Finlandia o Dinamarca. España destaca en aspectos como la formación de sus doctorados, incluyendo aquellos provenientes de universidades extranjeras -donde se ha hecho un importante esfuerzo en los últimos años, gracias no sólo a la iniciativa pública, sino también a la iniciativa privada- pero mantiene una posición de desventaja en elementos como la participación de las PYME, la inversión privada en I+D o las exportaciones en servicios innovadores. Como resumen, los puntos fuertes de España se sitúan del lado de las infraestructuras y los factores para la innovación, y los puntos débiles en la apuesta del mercado por productos y servicios innovadores.

Todo hace indicar que la crisis del coronavirus no le va a sentar bien a la innovación: a la drástica caída de la actividad económica se une la fractura de los ecosistemas de innovación: la innovación requiere de interrelación entre actores y el aislamiento es tremendamente perjudicial para su adecuada evolución. Al igual que en otros sectores, los daños provocados por la pandemia pueden convertirse en permanentes si no se actúa con determinación.

El gobierno de España presentó el pasado 9 de Julio un plan de choque para la ciencia y la innovación dotado de algo más de 1000 millones de euros, destinados a impulsar la investigación y la innovación y a contrarrestar, en cierta medida, los perniciosos efectos de la crisis en el sector. Debemos saludar la iniciativa, a la espera de que se ponga en marcha la nueva estrategia plurianual de ciencia, tecnología e innovación, sobre el que ya se estaba trabajando justo antes del inicio de la pandemia.

La cuestión clave es si este impulso será suficiente para contrarrestar los efectos de la crisis en nuestros ecosistemas innovadores: los tímidos avances de 2018 y 2019 se producen en un contexto en el que la Unión Europea no ha dejado de perder pie frente a otras economías con las que competimos en el mercado internacional, como las economías asiáticas de China, Corea del Sur y Japón, por lo que, en realidad, mejorar respecto de la Unión Europea no supone gran cosa si la Unión Europea pierde terreno frente a la competencia global.

Al igual que en el caso de la transición ecológica, la transición hacia una economía del conocimiento y la innovación debería ser uno de los pilares de la recuperación post-covid: al incremento de recursos económicos, cabe añadir la necesidad de repensar su orientación y las salidas de mercado. La planificación de un sistema de innovación basado en misiones (grandes retos a resolver por parte de la comunidad innovadora) puede ayudar a las dos cosas al mismo tiempo: a acelerar la transición energética y a construir una economía más dinámica. La propia Unión Europea avanza en esta dirección, planteando grandes misiones a “resolver” por parte de los sistemas de innovación en el próximo período 2021-2027: el cambio climático, los océanos, la recuperación de los suelos, las ciudades inteligentes y sostenibles o la lucha contra el cáncer, impulsarán una parte de los esfuerzos europeos en I+D, con un liderazgo público y generando un mercado específico para su avance. Hace años que la economista Mariana Mazzucato -inspiradora de este modelo de estrategia-  explicó que los resultados de este enfoque es más efectivo, justo y sostenible que los tradicionales métodos de apoyo “horizontal” donde no se orientan los objetivos de la investigación.

España debería incorporar esta visión y avanzar, en sus planes de recuperación, situando la innovación como un vector clave sobre el que reconstruir nuestra base productiva. Esto requiere no sólo destinar más recursos, sino también la arquitectura del sistema.De alcanzarse un acuerdo sobre los fondos de recuperación de la Unión Europea, una parte relevante de los mismos debería destinarse, de una manera bien pensada, a incrementar las capacidades de innovación tecnológica y social de nuestra economía. El recurso al establecimiento de misiones -cambio climático, retos demográficos, etc- podría servir de revulsivo y acelerar el desempeño de nuestro  sistema de innovación.