Pongamos que logramos solucionar la crisis de la deuda externa del país heleno. ¿Qué sería de ellos? Sin apenas financiación, anclados en unos intereses imposibles, con una deuda que hipoteca (nunca mejor dicho) su futuro, sin una demanda agregada financiada, sin producción, ni empleo, ni futuro para sus hijos.

Supongamos que los gobiernos griegos son capaces de ahorrar, de disminuir más de trescientos millones de euros añadidos su presupuesto hasta lograr reducirlo en 3.000 millones de euros. Un cinturón que aprieta y manda a la calle a 15.000 funcionarios más. Supongamos que se transforman en el sector público que tanto desea la troika.

Y, aún más, supongamos que Grecia es capaz de hacerse espuriamente más competitiva reduciendo su salario mínimo interprofesional un 22%. Una vez asfixiados, no basta, empero, con el hecho de que los bancos acreedores les hayan pactado una quita de la mitad de los 206.000 millones de euros que deben.

Nada tiene Grecia que pueda financiar su futuro. Ni un euro que pueda llegar, más temprano que tarde, para dotar de recursos sus escuelas públicas, sus hospitales, o, si cabe, para que sus pequeñas empresas puedan descontar sus letras o financiar un nuevo proyecto; peor aún, no tendrán los consumidores capacidad de aval suficiente para poder pedir un préstamo inexistente.

Condenada Atenas al rincón de la historia, dirigida por políticos mentirosos e ineficaces, a las puertas acreedores ávidos de corto plazo, sin dirigentes europeos, sin Europa, sin futuro.

Por eso digo: supongamos que los griegos son capaces de no presentar suspensión de pagos, de poder devolver la deuda hasta dentro de mil generaciones, intereses insoportables sobre sus hijos y sus nietos..

Qué falta de visión, de perspectiva, de impostura mercantil que condena a generaciones a pagar lo que otros han gastado alegremente y los de aquí han prestado con igual alegría. Porque, además, un país en el que no llueve no crece la hierba tal como una nación a la que no se le financia será poco probable que se desarrolle.

Reduciendo las prestaciones sociales no se puede ser viejo en Atenas. Ahora, quizás, no se puede ser siquiera joven.

Antonio Miguel Carmona es profesor de Economía, Portavoz de Hacienda del PSOE de la Asamblea de Madrid y Secretario de Economía del PSM-PSOE
www.antoniomiguelcarmona.wordpress.com