Solo una de las 37 satélites escapa a un alineamiento que reta al modelo estándar de la materia oscura.
La madrugada del 11 de abril de 2025, un artículo publicado en Nature Astronomy (con versión preliminar en arXiv) desveló que 36 de las 37 galaxias enanas que orbitan la gran espiral de Andrómeda (M 31) se apiñan en el hemisferio que mira hacia la Vía Láctea. El hallazgo, encabezado por el astrofísico Kosuke Jamie Kanehisa (puedes ver su sitio personal para más detalles), y el coautor Marcel S. Pawlowski, se apoya en nuevas mediciones de distancia combinadas del Hubble Space Telescope y de Gaia, realizadas desde el Instituto Leibniz de Astrofísica de Potsdam, para situar estas diminutas compañeras dentro de un abanico de apenas 107°, como si formaran la punta de una flecha cósmica dirigida a la Tierra.
La geometría no solo es llamativa: las simulaciones de universo digital muestran que una configuración tan extrema tendría una probabilidad inferior al 0,3 % de surgir por puro azar. En otras palabras, hay que analizar más de trescientas galaxias similares en el laboratorio virtual para encontrarse con un caso equiparable. Andrómeda se alza así como el contraejemplo más radical al principio de isotropía que gobierna el marco ΛCDM.
Un patrón que nadie esperaba
La comunidad astronómica ya conocía desde hace años la existencia de un plano de satélites que rodea a M 31, una especie de disco delgado y giratorio donde varias de estas enanas comparten órbita. La nueva investigación añade otra pieza al rompecabezas: no basta con que muchas estén en el mismo plano, sino que casi todas se alinean hacia nuestra galaxia. «M31 es el único sistema que muestra un grado tan extremo de asimetría», subraya Kanehisa al recordar que Messier 110 es la única disidente visible en el costado opuesto.
¿Colisión antigua o espejismo estadístico?
Las hipótesis se multiplican. Una apunta a que Andrómeda sufrió hace unos dos mil millones de años la embestida de una galaxia intermedia, y que aquella colisión catapultó a parte de sus satélites hacia nuestra línea de visión.
Otra, más conservadora, advierte de que pequeños errores en las distancias de las enanas más tenues podrían exagerar la alineación: bastaría desplazar unas pocas decenas de kiloparsecs a cada objeto para que el dibujo se desdibuje. Ninguna explicación, de momento, convence por completo.
La materia oscura, bajo el microscopio
El modelo estándar sostiene que los halos de materia oscura conforman el andamiaje sobre el que se ensamblan las galaxias y sus satélites, atrapados en ángulos aleatorios. Si ese proceso fuera realmente caótico, las enanas de Andrómeda deberían salpicar su halo con una simetría casi esférica. El hecho de que se agrupen en un único costado implica que flujos de gas, resonancias gravitatorias o, quizá, una física del lado oscuro aún no descrita han jugado un papel más decisivo de lo previsto.
Paradójicamente, la Vía Láctea no presenta una preferencia tan acusada en la distribución de sus propias enanas —o al menos no con los datos disponibles—, lo que acentúa la pregunta: ¿por qué el vecino sí y nosotros no?
El horizonte que se abre
Para disipar dudas, los astrónomos preparan cartografías más profundas con futuros telescopios como el Vera C. Rubin Observatory (LSST) y el Nancy Grace Roman Space Telescope, capaces de detectar enanas hasta ahora invisibles en el lado oculto de Andrómeda. Al mismo tiempo, nuevas medidas de velocidad radial delimitarán las órbitas de estos satélites, revelando si fueron arrastrados por un choque reciente o si llevan eones en esa posición sesgada.
Las conclusiones que arrojen estos proyectos decidirán si estamos ante una simple extravagancia local o ante una señal de que las reglas de la formación galáctica necesitan revisión. Por ahora, la flecha de Andrómeda sigue apuntando hacia nosotros, y con ella, un enigma que promete redefinir nuestra comprensión del cosmos.