Un estudio internacional liderado por la Universidad de Nueva York atribuye al ftalato DEHP alrededor del 13 % de la mortalidad coronaria mundial entre los 55 y 64 años y sitúa a África, Oriente Medio y Asia oriental como las regiones más afectadas.
El 29 de abril de 2025, la revista eBioMedicine publicaba la investigación que pone nombre y apellidos a un viejo sospechoso: el di-(2-etilhexil) ftalato (DEHP). El trabajo, coordinado por los epidemiólogos Leonardo Trasande y Sara Hyman (Escuela de Medicina Grossman, Universidad de Nueva York), analizó muestras de orina procedentes de encuestas biomédicas en 200 países y territorios y las cruzó con los registros de mortalidad del Institute for Health Metrics and Evaluation. El resultado es inquietante: 356.238 fallecimientos por enfermedad cardíaca en 2018 entre hombres y mujeres de 55-64 años podrían atribuirse a este plastificante, lo que supone uno de cada ocho decesos en ese grupo de edad.
Qué son los ftalatos y cómo nos afectan
Los ftalatos, bautizados como «sustancias químicas omnipresentes», se añaden a tuberías de PVC, suelos vinílicos, mangueras, envases de alimentos o lacas para el cabello con el fin de hacer el plástico más flexible y duradero. El problema es que el DEHP migra con facilidad desde esos objetos hasta el aire, el polvo doméstico o los alimentos, de modo que inhalamos o ingerimos pequeñas dosis a diario.
Según Trasande, la sustancia favorece la inflamación sistémica de las arterias y altera la testosterona, una hormona cuya disminución se asocia a mayor riesgo cardiovascular en el adulto.
Impacto geográfico, económico y regulatorio
La dimensión geográfica del fenómeno tampoco deja lugar a la complacencia. África concentra el 30 % de las muertes ligadas al DEHP, mientras que Asia oriental y Oriente Medio suman otro 25 % cada una. Los autores señalan que estos porcentajes reflejan tanto la intensidad del consumo de plásticos como las desigualdades en prevención y tratamiento de la enfermedad cardiovascular. Aunque la metodología emplea índices de riesgo derivados de cohortes estadounidenses —un paso que, admiten, introduce incertidumbre al extrapolar los datos a otros contextos sanitarios—, la estimación global sitúa la cuestión en el centro del debate regulatorio.
Las consecuencias económicas son igualmente notables. Un estudio previo del mismo grupo calculó que la exposición a los ftalatos cuesta a Estados Unidos entre 40.000 y 47.000 millones de dólares al año en pérdida de productividad. Extender el cálculo al resto del planeta apunta a una factura todavía mayor, un argumento que organizaciones de consumidores como el Environmental Working Group esgrimen para reclamar restricciones internacionales más estrictas sobre los aditivos plásticos.
Recomendaciones y perspectiva futura
¿Qué puede hacer el ciudadano mientras llega una regulación más ambiciosa? Los expertos recomiendan evitar calentar alimentos en recipientes de plástico, optar por vidrio, acero o cerámica para almacenar comida, elegir cosméticos sin fragancia y descartar plásticos marcados con los códigos 3, 6 y 7. Estas pautas, insisten, no sustituyen la acción legislativa, pero sí reducen la exposición cotidiana a un compuesto cuya huella en la salud resulta cada vez más difícil de ignorar.
«Existe una disparidad evidente sobre quién soporta la carga del DEHP y coincide con los países que más plástico producen o importan residuos», concluye Trasande. Su equipo planea ahora seguir la pista a la mortalidad cardíaca tras las recientes limitaciones a los ftalatos y explorar su posible relación con otros problemas de salud pública, como el parto prematuro. Entretanto, la ciencia añade una nueva pieza al puzle de los plásticos y lanza un mensaje claro: el confort que proporcionan puede tener un alto precio para el corazón humano.
El estudio oficial ha sido publicado la revista científica eBioMedicine.