Qué se esconde detrás del silencio de las personas que evitan conflictos, según la ciencia de la psicología

¿Te has mordido la lengua para que la conversación no termine en pelea? A veces creemos que el silencio es el atajo más rápido hacia la paz, pero la psicología advierte que esa calma puede salir cara.

Guardar silencio parece sencillo: no hablamos, la tensión baja y todos seguimos con nuestra vida. Sin embargo, callar no elimina el problema; solo lo esconde. Cuando lo hago ‒sí, confieso que también caigo en esa tentación‒ siento un alivio inmediato, pero detrás late la inquietud de haber renunciado a mi voz.

¿Por qué elegimos el silencio como escudo?

La psicología describe la evitación como la estrategia de alejarnos de lo que nos incomoda. Ese “mejor no digo nada” puede ser:

Evitación conductual: escapar físicamente

En ocasiones cambiamos de habitación o buscamos cualquier excusa para no ver a la persona con la que podríamos chocar.

Evitación cognitiva: apartar la idea

Otras veces simplemente bloqueamos el pensamiento incómodo. Fingimos que no existe y seguimos adelante.

Evitación experiencial: esconder la emoción

También hay quien disfraza sus propias sensaciones para que nadie note el enfado o la tristeza que se agitan dentro. Confieso que he probado las tres variantes. Funcionan… pero solo un rato.

Callar protege por fuera, ¿y por dentro?

El beneficio inmediato es tentador: no hay gritos, no hay lágrimas y la atmósfera vuelve a la “normalidad”. La autoestima se resiente al no expresar necesidades; las relaciones pierden autenticidad y crece la dificultad para manejar desacuerdos futuros. Todo eso puede transformar el silencio en un hábito perjudicial.

El papel de la infancia: cuando aprender a callar era sobrevivir

Si creciste en un entorno autoritario o sobreprotector, quizá entendiste que discrepar era peligroso. La psicología recuerda que los estilos de crianza rígidos enseñan a evitar la confrontación para esquivar castigos o rechazo. De adultos arrastramos la lección: “mejor no protestes”. Cada vez que callamos, revivimos aquel miedo infantil.

Pienso en una foto de mi infancia donde aparezco intentando mediar entre hermanos. Seguramente allí empezó mi costumbre de poner paños fríos… y de acumular silencios.

¿Cómo romper el ciclo sin convertir la mesa en un ring?

No se trata de pasar del cero al cien ni de gritar verdades sin filtro. Se trata de un equilibrio: hablar con respeto, expresar emociones en primera persona y escuchar de verdad. Cuando me atrevo a decir “me siento así” en lugar de “tú me haces sentir”, la conversación cambia de tono y el conflicto, lejos de estallar, se vuelve oportunidad de crecimiento.

¿Nos atrevemos a hablar?

Callar es fácil; dialogar requiere valentía. La próxima vez que la tensión asome, ¿te animas a ponerle palabras antes de guardar silencio? Cuéntame en los comentarios qué estrategias te funcionan y cómo manejas ese pulso entre paz y autenticidad.

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