Quien recorra una avenida de Madrid, un parque de Valencia o la plaza de cualquier pueblo peninsular verá que los operarios municipales repasan cada cierto tiempo la base de los árboles con una capa de pintura blanca en los troncos, que llega, más o menos, hasta la altura de la rodilla.
La intervención, que se practica desde finales del siglo XIX y coincide con los meses templados de primavera y otoño, responde a una pregunta concreta: ¿cómo conservar sanos los ejemplares en entornos donde el asfalto eleva la temperatura y abundan insectos oportunistas?
Protección biológica de la corteza
La respuesta empieza en la corteza. Ese tejido, formado por capas superpuestas de células muertas, funciona como la primera barrera frente a agresiones externas. Cuando la madera sufre microfisuras, se convierte en puerta de entrada para coleópteros, larvas y bacterias que encuentran alimento en la savia y debilitan el flujo interno de nutrientes.
La película blanca actúa como un sello que dificulta el acceso y confunde a los insectos: su olor, neutro para el ser humano, desorienta a plagas acostumbradas a localizar el tronco por la fragancia natural de la resina. Al sellar pequeñas heridas se reduce, además, la posibilidad de que hongos lignívoros colonicen el interior y aceleren la pudrición.
Regulación térmica estacional
El segundo beneficio es térmico. Las ciudades crean islas de calor que elevan en varios grados la temperatura media respecto a su cinturón rural. El color blanco refleja una parte significativa de la radiación solar y evita que la superficie se recaliente durante las horas centrales del día. Con la corteza más fresca, el árbol transpira de manera uniforme, mantiene la humedad interna y resiste mejor las olas de calor que cada verano llegan antes y con mayor intensidad.
Cuando llega el invierno, la misma capa pintada amortigua las variaciones bruscas entre la tarde soleada y la madrugada gélida. Al minimizar la dilatación y contracción del tejido leñoso, se previenen grietas longitudinales que, a largo plazo, podrían comprometer la estabilidad estructural del ejemplar.
Impacto ambiental positivo en la ciudad
El tercer argumento es puramente ambiental. Un árbol sano filtra partículas contaminantes, fija dióxido de carbono y libera oxígeno con mayor eficacia que uno estresado o enfermo. Además, la sombra proyectada sobre aceras y fachadas reduce la temperatura del pavimento, limita la evaporación de las zonas verdes y mejora la sensación térmica del peatón.
Aplicar pintura blanca es una medida económica, rápida y de bajo impacto que multiplica esos servicios ecosistémicos sin necesidad de productos químicos agresivos ni podas drásticas.
Cómo aplicar la pintura blanca en casa
Por todo ello, la práctica se extiende también a jardines privados y huertos familiares. Quien disponga de un limonero en el patio o de un pequeño olivo junto a la piscina puede replicar el procedimiento con cal diluida o pinturas acrílicas sin disolventes. Bastan un par de capas finas, aplicadas con brocha a principios de abril, para que el tronco conserve sus propiedades hasta bien entrado el siguiente invierno. El resultado es doble: una corteza vigorosa y una sensación de orden y luminosidad que realza la estética del espacio exterior.
La franja blanca que abraza miles de troncos no es un capricho ni simple costumbre heredada. Es un recurso práctico que, con una inversión mínima, protege, refresca y prolonga la vida de los árboles que regulan nuestro clima cotidiano.