Un ensayo clínico con 114 oficinistas en Corea del Sur sugiere que apagar los avisos del teléfono y practicar mindfulness con una app durante solo cuatro semanas reduce el estrés y aumenta la concentración en la oficina.
Un equipo de la Universidad Kyung Hee (Seúl) acaba de publicar un ensayo aleatorizado en Computers in Human Behavior con 114 trabajadores. La mitad siguió un programa de entrenamiento de atención plena a través de la aplicación InMind y, de forma voluntaria, adoptó el modo silencio en su smartphone. Al cabo de un mes, esos participantes mostraron menos agotamiento, menos estrés percibido y mayor implicación en su trabajo que el grupo de control, diferencias que se mantuvieron tras otras cuatro semanas de seguimiento.
Silencio que libera capacidad cognitiva
La idea no es nueva: en 2017, el psicólogo Adrian Ward demostró que la mera presencia del teléfono ―aunque esté apagado― consume recursos mentales y empeora el rendimiento en tareas complejas. Los voluntarios rindieron mejor cuando el aparato estaba en otra habitación que cuando permanecía sobre la mesa.
Añadir el silencio va un paso más allá. Sin pitidos ni zumbidos, el cerebro deja de anticipar «mensajes urgentes» y recupera su espacio de maniobra. Quien decide cuándo mira la pantalla no vive pendiente de la próxima alerta; sus contactos aprenden a escribir y esperar. Ese límite blando funciona como una puerta: se abre solo cuando el propietario lo decide.
Tiempo que se multiplica
Las interrupciones no cuestan solo segundos: volver al nivel de concentración anterior lleva de media 23 minutos y 15 segundos, según la investigadora Gloria Mark tras cronometrar cada cambio de tarea en oficinas reales. Silenciar el móvil permite agrupar respuestas en bloques y recuperar horas de atención sostenida a la semana. Con el tiempo, esa ganancia actúa como intereses compuestos: cada minuto rescatado se transforma en periodos más largos de trabajo profundo.
El teléfono como entrenador de bolsillo
En el ensayo coreano, el móvil dejó de ser una fuente de sobresaltos para convertirse en herramienta de autocuidado: la app guiaba micro-sesiones de respiración justo cuando el usuario tenía un hueco. Al reducir los gatillos externos antes de cada práctica, el modo silencioso preparaba el terreno para que la meditación resultase más fácil y efectiva.
Un escudo frente al estrés
Los picos de cortisol que provoca cada notificación son pequeños, pero suman cientos al día. Mantener el terminal en silencio alarga los periodos de baja activación fisiológica y evita ese zumbido de fondo que muchos dan por inevitable. Quienes adoptan el hábito duermen mejor: no hay luces ni sonidos que les inviten a «echar un vistazo» de madrugada.
Conversaciones más hondas, vínculos más sólidos
Un solo timbre puede fracturar la cadencia de una charla. La ausencia de interrupciones permite escuchar sin prisas, detectar matices y generar confianza. No es casual que colegas y amigos describan a los «usuarios silenciosos» como buenos oyentes y menos proclives a perder la calma bajo presión.
Autoconocimiento en primer plano
Silenciar el teléfono es un gesto mínimo que envía un mensaje mayor: la atención es finita y vale la pena protegerla. Quienes lo practican suelen extender la misma lógica a otras rutinas: fijan horas para leer sin pantallas, planifican paseos reflexivos y reservan un margen real para el descanso. El resultado se nota —y se contagia— en forma de mejores ideas, menor irritabilidad y más presencia en cada tarea.
En resumen, la ciencia converge en una conclusión clara: poner el móvil en silencio no sólo reduce el ruido; abre espacio mental para pensar, sentir y trabajar con más plenitud.