El hallazgo de miles de diminutos «obeliscos» —anillos de ARN sin envoltura proteica— sacude los límites de lo que llamamos organismo.
La tarde del 21 de enero de 2024, un estudio colgado en bioRxiv demostró la existencia de unas estructuras biológicas —bautizadas como obeliscos— capaces de pasar inadvertidas incluso a los potentes cribados genómicos actuales. La investigación está liderada por el Nobel de Medicina Andrew Fire, de la Universidad de Stanford, y suma la voz del biólogo celular Mark Peifer (UNC‑Chapel Hill), del virólogo evolutivo Matthew Sullivan (The Ohio State University) y del experto en genómica viral Simon Roux, al frente del grupo de Viromas del Joint Genome Institute del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley. El equipo detectó estos anillos de ARN al bucear en enormes bibliotecas de secuencias microbianas humanas, un trabajo que obliga a replantear dónde empieza y termina la vida tal como la describen los manuales.
Un invitado oculto a simple vista
Los obeliscos miden alrededor de un kilobase de longitud, son incluso más pequeños que muchos virus y, a diferencia de estos, carecen de la típica cubierta proteica. Su forma circular recuerda a los viroides —patógenos vegetales—, pero se han identificado en bacterias propias de la boca y del intestino humanos.
Miles de variantes distintas han aparecido en bases de datos procedentes de todo el planeta, lo que sugiere que no son rarezas locales sino habitantes habituales de nuestro microbioma. Un análisis independiente, ya indexado en PubMed, confirma su distribución global.
Extraños parentescos con los viroides
Como los viroides, los obeliscos son bucles de ARN que se pliegan en una estructura de bastón y contienen instrucciones para una proteína inédita —los autores la llaman Oblina— cuyo papel continúa siendo un misterio. No obstante, la mera presencia de esta proteína sugiere que estos círculos ARN podrían ser capaces de manipular el metabolismo de sus bacterias hospedadoras.
Una presencia masiva en boca y tubo digestivo
El rastreo estadístico muestra que algunas cepas de obeliscos prefieren las bacterias de la cavidad oral, mientras que otras colonizan el intestino. Esa especialización apunta a una coevolución con los ecosistemas microbianos humanos y despierta la incógnita de si influyen en nuestra salud de forma directa o a través de los cambios que inducen en sus anfitriones bacterianos.
¿Son los obeliscos reliquias de un mundo primitivo de ARN o descendientes simplificados de virus más complejos? Este dilema reaviva el debate sobre el origen de los virus y recuerda que las formas de vida que conocemos podrían ser solo la punta del iceberg, tal como señala la cobertura publicada en Nature News.
Sin un cajón taxonómico claro
Ni virus clásicos, ni bacterias, ni viroides puros: los obeliscos encajan mal en cualquier categoría establecida. «Cuanto más miramos, más raro se vuelve todo», resume Peifer, mientras Sullivan incide en que podrían existir clases enteras de vida basadas en ARN todavía por catalogar.
El descubrimiento fue posible gracias a nuevas herramientas de cribado computacional capaces de detectar moléculas de ARN circulares entre millones de lecturas de secuenciación. Roux subraya que el panorama que se abre es «uno de los momentos más emocionantes» de la genómica microbiana, porque cada actualización de los algoritmos destapa sorpresas que llevaban años en los discos duros sin que nadie reparara en ellas.
Demasiadas incógnitas por resolver
Por ahora se desconoce cómo afectan los obeliscos al funcionamiento de las bacterias, si interfieren en enfermedades humanas o si pueden transferirse entre microbios. El manuscrito permanecerá en revisión por pares, pero ya ha encendido la curiosidad de los virólogos. Fire recuerda que «la historia demuestra que cada vez que ampliamos la definición de “organismo” termina cambiando también nuestra visión de la biología».
La próxima meta es aislar obeliscos en cultivo y observarlos bajo el microscopio, tarea que determinará si estamos ante una nueva rama del árbol de la vida. Hasta entonces, los investigadores seguirán cribando bases de datos en busca de pistas y preguntándose qué otros secretos —ocultos, diminutos y decisivos— aguardan dentro de nosotros.
Referencias a:
- Stanford University – Perfil oficial de Andrew Fire, premio Nobel de Medicina y autor principal del estudio, donde detalla su trayectoria en biología molecular.
- UNC-Chapel Hill – Declaraciones de Mark Peifer en la página de su laboratorio, subrayando la rareza de los obeliscos.
- Ohio State University – Comentario institucional de Matthew Sullivan sobre la incertidumbre sanitaria que rodea a estos nuevos elementos de ARN.
- DOE Joint Genome Institute – Entrevista a Simon Roux acerca del potencial de la genómica viral para descubrir formas de vida desconocidas.
- bioRxiv – Preprint “Obelisks are pervasive RNA elements…” publicado el 21 de enero de 2024 que presenta por primera vez el hallazgo.
- Nature – Cobertura de Nature News que contextualiza el descubrimiento dentro del debate sobre el origen de los virus.
- PubMed – Registro PMCID: PMC38293115 que confirma la presencia global de obeliscos en microbiomas humanos.